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viernes, 28 de octubre de 2011

Un San Demetrio accidentado.



En el post de ayer me dediqué a explicar las dos celebraciones que tenemos esta semana. Lo sucedido ayer merece otro, aunque sólo sea para completar y hacerse una idea de lo que se está viviendo por aquí.

Resulta que, además de celebrarse ayer el patrón de Salónica, en Bruselas se decidía la quiebra o no quiebra de Grecia, el recorte o eliminación de la deuda, etcétera. Es curioso ver como ahora todo el mundo sabe de economía. Incluso en los bares o en el autobús la gente habla de dinero, de hipotecas y de impuestos. Cuando salió Fernando Alonso, todos entendían de mecánica automovilística y de estrategias de equipo. Sabemos más de economía que los propios economistas, y el presidente y sus ministros son unos incompetentes.

Tras ocho horas de negociación, los ministros de los países más afectados por la crisis han dado sus respectivas ruedas de prensa a las tres de la madrugada. A Grecia le quitan el 50% de lo que debe, dicen. Ya se lo cobrarán por otro lado, digo.

Por cierto, me comentaron ayer que el desfile del “Día del No” les cuesta a los griegos una pasta enorme, con lo que posiblemente sea el último que se celebre. Es de sentido común aunque seguro que hay gente que se queja.


Pero ese no es el tema del que quiero hablar hoy.

El día de San Demetrio levántate temprano si quieres coger un buen sitio porque la iglesia se llena hasta los topes. La misa mayor empieza antes de las 8 y acaba casi a las 12. Aguantar las 4 horas es misión imposible. Como lo “importante” de la liturgia suele ser entre las 9:30 y las 10:30, se debe entrar por la puerta a eso de las 9.  Ayer, ni por esas. La cola a las 9:30 llega a la calle, donde se han colocado las velas y un icono que la gente venera. Evidentemente, paso de hacer cola e intento hacerme sitio dentro de la fila que entra al templo. El interior de la iglesia parece un mercado. La gente va y viene co velas en la mano intentando clavarlas y encenderlas donde toca, tarea harto difícil porque hay codos por todas partes. Calculo una media hora para “saludar” a los iconos grandes que hay junto a las velas y renuncio. Cojo la mano de mi mujer y casi a gritos le digo que huyamos de ahí, porque hay mucho ruido. 

En días como estos lo mejor es subir las escaleras y seguir la ceremonia desde las alturas. Sentadas en las escaleras encontramos a las “primeras víctimas”, es decir, aquellas a quienes les flaquean las piernas. Cualquier agujero es bueno para aposentar el trasero, a pesar de correr el riesgo de que te pisen y de que no veas absolutamente nada. En la parte de arriba no hay tanta gente, aunque evidentemente es más estrecha, cosa que dificulta la circulación. En los laterales apenas hay una fila de bancos que llevan ocupados desde primera hora de la mañana. Con suerte hay sitio en el “fondo sur” y podemos apoyar la espalda contra la pared. 


Desde arriba el lugar luce espectacular. La presencia de algunos políticos y de muchos militares me molesta bastante, porque “roban” el sitio de la gente de a pie. Se nota que ayer pasaron el brillo a las lámparas, que utilizaron la aspiradora para limpiar las alfombras y que los policías llevaron sus uniformes al tinte. Un gran cuadrado cerrado con barras y cuerdas separa al pueblo llano de “los ladrones”. 

Las celebraciones ortodoxas se realizan detrás del iconostasio, con lo que la gente no ve nada. El mejor sitio para intentar seguir la Eucaristía y “ver lo que se cuece” es el que hay al fondo de la zona alta. Acceder a ella en días como éste es casi imposible. Arzobispos y curas rodean el altar. Mucha barba blanca y mucha barriga. El poder y la riqueza de la Iglesia Ortodoxa en Grecia es exagerado. No me cansaré de decirlo. Pero la gente responde.


Los cantos bizantinos transcurren uno tras otro y prácticamente no se detienen nunca, contestando lo que dice uno de los obispos e iniciando otro salmo que será repetido casi hasta el infinito. Para que os hagáis una idea, no hay menos de treinta hombres divididos en dos coros, situados uno a cada lado de la nave principal. Algunos tienen un auténtico vozarrón que, unido a la potencia de los micros, hacen que uno se quede sordo. Los cantantes tienen mucho protagonismo durante la celebración. 

Como estamos en la parte de arriba y cerca del pasillo, se hace difícil centrar nuestra atención en la misa. Lo abuelos se han vuelto a poner el traje, las señoras mayores cuchichean y nos muestran el peinado que se hicieron ayer en la pelu, los niños pequeños aguantan poco y van de un lado al otro sin estarse quietos, los extranjeros se pierden o no saben dónde ir, la gente joven envía mensajes por el móvil, etcétera. Todo ello envuelto en un ambiente festivo menos religioso de lo normal. No es de extrañar que el Arzobispo Metropolitano de Salónica llame al orden. Como cada año, dos enormes iconos fueron puestos cerca del iconostasio, al fondo de los pasillos, para que le gente pudiera besarlos durante la celebración. Normalmente, la gente va pasando en fila durante la misa. En medio del caos los hay que echan fotos y no respetan el turno de la fila, claro. Este año había seguridad privada y por orden de los de arriba se prohibió “la procesión”. 

En el pasillo unos van y otros vienen. Las abuelas se han sentado en unas pequeñas escaleras que están justo al principio del pasillo, con lo que ayudan poco a la buena circulación de la gente. No hay quien las mueva. Además, tienen una posición privilegiada desde la que ven algo de la ceremonia. “No nos moverán”. De repente, ante mi incredulidad, veo que por una esquina asoma un hombre mayor con bastón, que no logro comprender qué hace ahí. Es cojo y le cuesta caminar. No entiendo cómo diablos ha conseguido subir las escaleras. A duras penas y apoyando el palo entre los pies de la gente consigue pasar al otro lado. Nuestro sitio era bastante bueno, aunque, como sucede en estos casos, hay gente que se coloca delante de ti cuando crees que va a ser imposible que alguien quepa entre esas dos viudas bajitas. Siempre cabe uno más. 

Otra de las situaciones habituales es la de la señora mayor que se va. Fue la que llegó muy pronto, como debe ser, y encontró sitio. Ahora se quiere ir, pero hay tapón. Encima, se halla atrapada entre el banco de madera y “el balcón” de piedra. Está en “barrera”, con lo que muchos coyotes revolotean por allí en busca del preciado tesoro. Dos o tres señoras ayudan a mover el banco para que la mujer pueda salir. El que menos ayude es el que se llevará el sitio, me digo. Y efectivamente, premio para el calvo del bigote, un caradura que había llegado el último. Porque esa es otra. Los últimos serán los primeros. Sigue entrando gente cuando la misa está apunto de terminar y sólo hace que molestar. Es como entrar en el último toro porque es gratis. Y pobre de ti si les dices algo. 

Uno de los diáconos lee el Evangelio desde el púlpito ante la atenta mirada de los feligreses, quienes como yo, no entienden nada porque es en griego antiguo. Es acabar la lectura y salir buena parte de la gente en estampida. Los conflictos entre los que se marchan y los que llegan aumentan considerablemente. Yo no entiendo ni a los que se van ni a los que acaban de llegar. Los que lo pagamos somos los que estamos junto a las zonas de paso. ¡Inocentes de nosotros, que creíamos tener el mejor sitio! 

Aguantamos algo más de dos horas -o a mí me lo pareció-. Pero el show sólo acababa de empezar. La verdad es que mejor nos hubiera ido esperar un rato. A uno le da la impresión de que todo el mundo ha decidido marcharse justo cuando lo haces tú. Las escaleras han quedado prácticamente bloqueadas y bajarlas sin tropezar será objetivo difícil. Un ciudadano se la juega por la rampa de piedra con riesgo a romperse la crisma. Apenas ganará unos segundos al crono, el muy imbécil. Algunos van a contracorriente y suben mientras el 90% de la gente baja. Estoy por soltar un “éstas no son horas, señores”. A medida que vamos bajando, la dificultad para moverse es mayor. El tapón que se ha formado en la puerta no permite ni ir para adelante ni para atrás. Se oyen gritos de los que están fuera, pero los que están dentro empujan. Gracias a la montonera, podemos acceder a las velas, que apenas podemos encender y clavar entre tanto sudado. Nada más colocar la vela, aparece un barbudo sucio y la quita junto a muchas otras ante las protestas de la multitud. Es el encargado de hacerlo, pero muchas velas apenas llevan unos segundos encendidas y el cabreo de la gente es palpable. Una mujer le grita: “¡ustedes hacen negocio, no tienen vergüenza, no tienen vergüenza! El hombre se defiende diciendo que sólo cumple órdenes y que no hay sitio para más velas. Es bastante patético, la verdad. Rendimos homenaje a las imágenes y decidimos salir. Por la puerta principal de la iglesia no se puede porque está reservada a las autoridades y porque hay “soldaditos” formando. La gente está siendo literalmente aplastada, pero nadie hace nada. Nos movemos a paso de tortuga. Siguen oyéndose gritos desde fuera de gente indignada que quiere entrar, aunque la ceremonia está prácticamente acabada. 

Una vez fuera hay que cumplir la tradición de echar un vistazo a las tropas. Junto a la iglesia los espabilados han plantado su chiringuito: imágenes, llaveros, panecillos, cirios, recuerdos y demás. Han cerrado la calle, pero detrás de la valla hay indignados con pancartas. Y allá que me voy. Aunque hay policía y soldados, no ponen problemas para que la gente se acerque a la zona donde está el alcalde. El señor Boutaris se coloca justo en el lugar donde aparcan los coches oficiales y recibe a las autoridades a medida que van llegando. Algunos políticos de segunda fila son los que hacen acto de presencia este año. Llegan casi al final de la misa para hacerse la foto y dirigir unas palabras a las televisiones. La gente increpa a todos y cada uno de los “luce chapas” que van llegando. Nos hallamos entre los indignados y las autoridades, con lo que en caso de que lloviesen proyectiles en forma de huevos o yogures, podríamos acabar siendo víctimas colaterales. El más vilipendiado es el que tiene mayor rango, el ministro de defensa, que encima provoca saludando a la gente y gritando como el que más. Sorprendentemente, nadie tira nada. La reflexión que nos hacemos mi mujer y yo es la de que la gente “no puede más”. Ni siquiera respetan el día del patrón. Cualquier cosa puede pasar aunque yo le digo que: “con 6100 euros al mes que cobra cada diputado -los ministros bastante más- me dejo insultar. Va en el cargo”. 


Como siempre suelo establecer paralelismos e inventar metáforas, traslado lo vivido a la situación del país. La gente con un cabreo del copón, asfixiada por las deudas y marginada por la clase dirigente, encantada de haberse conocido. Unas fuerzas del orden que sirven a la voz de su amo y bloquean las puertas del pueblo, un pueblo sumido en el caos que intenta entrar por la puerta a empujones y aplastando al otro si es necesario, porque no lo respeta y no le importa. La iglesia poderosa intenta poner orden dentro del templo, su casa, pero a la vez “sacude” al gobierno. Los sermones finales del arzobispo suelen ser duros con el poder y muchas veces más políticos que religiosos. Los que protestan no saben muy bien a quién representan y no tienen una cabeza visible, pero “disparan” contra todo y contra todos. De ese desorden y de esa falta de uniformidad intentan sacar provecho los partidos de extrema izquierda, que están siempre en contra del gobierno, diga lo que diga. En un caldo de cultivo como éste y tras la resolución de ayer en Bruselas, todo irá a peor. Ya veréis.  

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