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martes, 6 de julio de 2010

Lejos del hogar VII: la ciudad: el centro (III).



En cuanto a las iglesias, se hace difícil encontrar similitudes con otras que uno haya visitado o conozca, porque la arquitectura bizantina difiere bastante, en cuanto a formas, de la latina. Las semejanzas las encontraremos más con ciudades islámicas que con cristianas.


Agias Sofias es Santa Sofía de Constantinopla, ni más ni menos, aunque a pequeña escala. Por lo demás, muchas iglesias son similares entre sí, pero no a las de allí.

Al margen de lo arquitectónico, Agios Dimitrios correspondería, en lo católico, a alguna de esas iglesias del centro de las ciudades, donde, por su privilegiada posición, acuden multitud de feligreses. Como cuando los domingos en el pueblo no se cabía. Después de misa, a dar un paseíto por el parque para hacer hambre. Algunos de los curas me recuerdan al padre Matías, que llevaba barba y le recuerdo orondo. Porque aquí la gente va a misa, los curas imponen respeto y las mujeres visten falda larga. Conviene no perderse la cripta.

A ella acuden gentes de todas las edades y también monjes. El coro, en mi opinión, exagera sus intervenciones y no empasta las voces. Es un tipo de canto al que a uno le cuesta digerir. Como el de Benissanet

Enfrente de Kamara está la Iglesia de la Virgen, cuyas escaleras me recuerdan a las del Padrino cuando se cepillan a don Varsini, no se porqué. Tal vez sean los escalones. Las demás iglesias están “hundidas” y siempre hay que bajar escaleras para visitarlas. Interiormente están muy decoradas, con muchas lámparas que ya quisieran muchos palacios, y muchas imágenes de santos. Hay horror vacui.

Por otro lado y ya que hablamos de iglesias, conviene nombrar los monasterios. Para llegar a ellos uno debe ir a zonas ligeramente montañ osas. En las cimas de las mismas, hallamos los monasterios, donde generalmente viven tres o cuatro monjes, alejados del mundanal ruido, que dedican su vida a la oración y a Dios. La gente va a confesarse allí. No puedo hacer otra cosa que pensar en Taizé cuando visito el monasterio donde tan amablemente nos recibe el padre Teodoro. La iglesia, el lugar donde la gente se pone a tocar la guitarra antes de que venga el go to bed, las campanas, etcétera. Debe ser como Taizé en invierno.

Si en Estambul la cantidad de mezquitas es innumerable, la de Salónica no le va a la zaga en cuanto a las iglesias. Encima, cuando hay celebración importante en alguna iglesia - bastante a menudo, por otra parte -, sacan los altavoces a la calle para que los de la cafetería de al lado escuchen el sermón. Y uno no puede hacer otra cosa que pensar en Estambul o en cualquier ciudad árabe, donde cinco veces al día se oye el rezo de los imanes.

Otras de las ruinas más conocidas las encontramos en el Ágora, el antiguo mercado romano. Cuando uno choca con algo romano, en seguida busca equivalencias. Tiene algo de teatro -tal vez el de Mérida chiquitito chiquitito-, de templo -el Partenón- y, por supuesto, de Roma, cerca del Coliseo.

Hablemos ahora un poco de algunos edificios paganos como la universidad. Salónica posee dos de las universidades más famosas y prestigiosas del país. La mayoría de los jóvenes quieren estudiar en alguna de ellas. La vida universitaria llena de vida las calles de la ciudad.

Los campus de las dos universidades, la Politécnica y la Aristóteles, están pegados. Un espacio amplio con jardines y plazoletas unirá los dos centros. En la Aristóteles destaca su edificio de entrada, que se ha quedado pequeñ o al lado de los mamotretos posteriores. Por su fachada, me viene a la memoria la Tabacalera e incluso el antiguo edificio de la facultad de letras de la URV. Al lado de este edificio está la escuela de griego, que me recuerda a la zona de los despachos de los profesores en la facultad de letras. Un lugar de dimensiones muy reducidas, con pasillos estrechísimos y escaleras peligrosas. La ucraniana de los tacones de palmo se cayó -era cuestión de tiempo con esas botas…- y se fracturó la muñeca bajando las mismas. Cualquier día me tropiezo con Eudald Carbonell de camino a algún seminario. Nunca olvidaré el pasillo del departamento de arqueología, donde los huesos y los restos se amontonaban en cajas fuera y dentro del lugar, teniendo que superar una verdadera gincana si querías llegar a tiempo a la clase de Medieval de España.

Los demás edificios son idénticos a la mayoría de universidades de hoy en día. Edificios enormes, rectangulares y llenos de ventanas. Sin ningún tipo de gracia. Recuerda uno cuando llega a la Diagonal, y a uno y otro lado divisa las facultades de la Universidad Autónoma. Feas, simétricas y monumentales. Al estar todas las facultades juntas, el campus podría ser Bellaterra, salvando las distancias.

Las noches universitarias son muy movidas. Como pasa en todas las grandes ciudades que poseen universidad, se produce un efecto imán. Los estudiantes que terminan el instituto y viven en pueblos, se ven atraídos por el encanto de la capital. Así, no es extrañ o que los trenes de última hora del viernes y los de primera hora de la mañ ana del lunes los ocupen, principalmente, estudiantes con sus maletas y carteras. Como pasa en los Cataluña Express de camino a Barcelona, sin ir mas lejos.

Como es ciudad universitaria, todo lo que vaya asociado a ello y que vemos allí, puede aplicarse aquí. Sin el encanto de Granada o Salamanca, en cambio sí que posee el espíritu reivindicativo de los jóvenes, los bares, las fotocopiadoras, las huelgas y la marcha. El problema, en este sentido, es que Salónica es muy grande. En cambio Salamanca, por poner un ejemplo, es “abarcable” a pie en su zona central.

Hay conciertos, manifestaciones, protestas, fiestas, etcétera. También hay muchos estudiantes que una vez dentro, parecen no querer terminar nunca la carrera. Se visten de negro, se dejan crecer el pelo y se ponen a fumar. Los hay en todas partes y a la que pueden, montan actos reivindicativos, conciertos subversivos y “decoran” la universidad. La suciedad y dejadez que uno ve al entrar en los edificios, es notable. Sin embargo, allí donde se estudian las carreras técnicas, las paredes están bastante limpias.

Otros dos lugares significativos son el museo arqueológico y el bizantino. “Todas las ruinas se parecen y todos los museos se parecen”. Los dos reseñ ados, así como el de la Torre Blanca, son modernos, funcionales y muy ricos. Nos recordarán zonas del Louvre, del Prado o de cualquier museo arqueológico que podamos recordar. Merecen ser visitados. Cuando a uno no le respondan las piernas y empiece a buscar bancos o a saltarse salas, no evitará pensar en que esa situación ya la ha vivido, principalmente en los dos museos anteriormente citados.

Un recinto curioso es el de la Nomarquía. Está cerrado al público y lo rodean una vallas. Se encuentra muy cerca del barrio de Kalamaria. Posee un jardín con frondosos árboles y cuidada vegetación, que vagamente nos transportará a la entrada de la antigua Universidad Laboral o a cualquier otro parque similar. Un edificio señ orial, prácticamente en el centro geométrico del lugar, nos dará la bienvenida. Desconozco si la casa se podrá visitar. Yo le llamo el Palacio de la Moncloa, claro.

Si uno decide darse un largo paseo, es recomendable visitar la zona del kastro, en la parte alta de la ciudad. El casco antiguo de la ciudad, siempre en altura, y el mar abajo, como en Tarragona. Tiras una pelota desde el Passeig de Sant Antoni y la tienes que ir a recoger a la Plaza de los Carros. Aquí la tiras en Agios Pablos y tienes que rezar para que no acabe directamente en el agua, junto a Pirgo.

Pues a lo que íbamos. Las murallas de la Kastra son las murallas de Tarragona y la torre, la Torre de l’Arquebisbe. El césped bien cuidado y la iluminación nocturna, harán que uno se sienta como cuando va al Camp de Mart y mira hacia la catedral. Sigue uno rodeando la muralla, pisando la Via de l’Imperi, y llega a la cima. Apenas hay alguna tienda para comprar recuerdos, como las de Toledo o Sevilla, y alguna cafetería encantadora. Las vistas desde cualquiera de las terrazas son inigualables.

Cuando uno se pone a echar fotos desde la torre, sólo piensa en Estambul vista desde la Torre Gálata. Uno no alcanza a verlo todo con la mirada. También vendrá a la memoria Barcelona vista desde el Puchet o desde la zona del Parque Gü ell, donde está la cruz. En vez de contar mezquitas, uno se pondrá a contar iglesias. Dentro del recinto, calles en sube y baja y algún restaurante acogedor.

Parecen restaurantes regentados por familias. Gozarán de terraza exterior y de un salón interior, cálido y agradable. Habrá leñ a y la jefa asando la carne. La ensalada quedará marginada en alguna esquina de la mesa, porque la carne, tostada y grasienta, pide paso. Algunos asadores como la Taula Rodona o el Pit i Cuixa ofrecen el mismo tipo de platos. Bueno, no. Los entrecot del Taula Rodona, no. Pero salchichas, beicon, pinchos y todo eso, ensartadito y tierno, sí. Incluso alguno dispondrá de música en vivo, más tranquila, agradable y buena que en Átonos. Cuando uno cene allí, después le costará dormir porque le entrarán esos sudores que a uno le dan cuando en Tarragona se va a cenar a las Bochas, sin reparar en gastos. Convendrá dar un paseo después de cenar, para que se aposente todo en su sitio.

Si no fuera porque las calles tienen bastante pendiente, son ligeramente más anchas y escasean las peatonales, uno pudiera creer estar en el casco antiguo de cualquier otra ciudad del mundo. Tiene mucho de Estambul, cuando uno sale de Gálata y se dirige al mar, o cuando se pierde entre callejones tratando de encontrar el Palacio Topkapi o la Mezquita del Sultán Ahmed.


Agias Sofias (Άγιας Σοφίας): de las iglesias más céntricas y populares de la ciudad. Del siglo VIII. Conviene detenerse a observar el mosaico de la ascensión de Cristo de la cúpula.

Agios Dimitrios (Άγιος Διμίτριος): la iglesia más grande de Grecia, dedicada al patrón de la ciudad, San Dimitrio. Destaca su maravillosa cripta y lo que queda de sus frescos y mosaicos.

Padre Matías: otro padre capuchino.

Horror vacui: horror al vacío, como en épocas del Barroco. Cargar las paredes de excesiva decoración para que no queden huecos vacíos.

Taizé: comunidad de monjes que viven en un monasterio que alberga también multitud de cristianos que van a orar en peregrinación. Situado cerca de Lyon y Cluny.

Go to bed: con este nombre se denomina al encargado de decir a los jóvenes que siguen cantando, que es hora de ir a la cama.


Tabacalera: antigua fábrica de tabaco, cuyo enorme edificio parece ser que algún día albergará el Museo Arqueológico de Taragona.

URV: Universitat Rovira i Virgili.

Eudald Carbonell: arqueólogo, escritor, catedrático y no sé cuantas cosas más. Premio Príncipe de Asturias por sus descubrimientos en la Sierra de Atapuerca, Burgos. Viste salacot, pantalones cortos y luce bigote.

Nomarquía (Νομαρχία): en lugar de dividirse por provincias, Grecia se divide en nomarquías, a la cabeza de las cuales está el nomarca.

Passeig de Sant Antoni: paseo situado en la parte alta de la ciudad, paralelo a las murallas. La Plaza de los Carros, por el contrario, está a nivel de mar.

Agios Pablos (Άγιος Πάυλος): la a estas alturas todavía inacabada iglesia de San Pablo, destaca por su privilegiada posición elevada y sus vistas a la bahía.

El barrio turco de la Kastra (Κάστρα) es del siglo XIX y se caracteriza por sus calles empinadas, estrechas, con escalones y casas de madera. 

Torre Gálata: la torre más alta y espectacular de Estambul, que se levanta en media de un laberinto de calles, casa y gentes. No deben perdérsela. Sus vistas impresionan, aunque hay que subir un día que no haya niebla o calima.

El Puchet: parque situado en la zona norte de Barcelona, cercano a la estación de Vallcarca.

Las Bochas: restaurante argentino sito en la calle Vidal i Barraquer.

Taula Rodona: asador de la calle la Nau donde te ponen unos entrecot de padre y muy señ or mío. Servido en tabla y aderezado con verduritas, colma las espectativas de todo aficionado a los buenos manjares.

Pit i Cuixa: otro conocido asador de la ciudad donde sirven buena carne a la brasa, sito en la calle Cervantes, justo al lado del foro romano.

Lejos del hogar VI: la ciudad: el centro (II).



Al margen de esculturas, paseos o parques, destacan las plazas y las iglesias. De entre las primeras, ya hablamos un poco de Navarinou, zona de paso entre Kamara y el mar.

La Plaza de Aristóteles es la más grande de la ciudad. Es amplia, moderna, blanca y espectacular. Dibuja una ligera pendiente hacia el mar desde el Parc de la Ciutat. Eleuterio nos indica el camino. Es una amplia avenida peatonal que desemboca en la plaza propiamente dicha, circular y simétrica. Por un momento uno creerá estar en alguna calle de París, porque hay columnas, pórticos y tiendas. Y se ve muy limpio, gracias en gran parte a la monumentalidad de los edificios que encierra, que como le pasa a uno en Paris, no sabe si aquello son casas habitables o edificios-monumento-museo. Hay oficinas y edificios oficiales, además de algunas de las tiendas más buenas de la ciudad.

La cafetería del hotel Electra Palace Hotel nos invita a que tomemos algo. Me recuerda a algún café antiguo de no se qué película. Seguramente el de la Colmena, donde don Camilo hace un cameo muy divertido. Se puede subir a la terraza que hay casi en el cielo y tomarse algo mirando al mar.

La entrada de los cines es modesta, pero interiormente se ve todo muy elegante. Tiene algo de la Plaza Prim y del Fortuny.

Las cafeterías que hay al final del paseo son espectaculares en colorido, ambiente y belleza. Es la parte moderna de la ciudad, con gente joven yendo y viniendo, música, camareros, charla y frappé. En Argentina se toma mate y en Grecia frappé. Ambas son bebidas nacionales que asociamos a uno y otro país, con la grandísima diferencia de que el mate te toma en casa y el frappé se bebe tanto en los bares como en las casas. El chófer del bus, el taxista, el abuelo de la esquina, la del súper, la profesora, los alumnos… Todos llevan el vaso de plástico pegado a la mano. En el cíber se lo puedes pedir a la recepcionista y ésta llama a la camarera del bar de al lado para que te lo sirva. Las cafeterías no tienen nada que envidiar a cualquiera que haya en los Campos Elisios o en el Paseo de Gracia de Barcelona. La juventud enlaza comida y cena. En el Ernest hay música desde las once de la mañ ana todos los días del añ o. Se puede ligar de noche y de día.

En Leoforos Nikis, la avenida que recorre paralelo el paseo, se acumulan cafeterías y más cafeterías. En dirección a Pirgo, hacia el este, están las mejores. Las hay muchas y muy diversas, e incluso te dan de comer. La única pega es el tráfico de la avenida y su poca luminosidad. Son de estas cosas que le molestan a uno. Si quieres cruzar la calle, deberás jugarte el pellejo. Hay pocos semáforos y los pasos de cebra, despintados en su mayoría, no se respetan. La maldita calle estropea las vistas a ras de suelo, aunque uno puede perfectamente subir a un segundo piso y buscar sitio cerca de una terraza. Hay también algunos bloques que se ven lujosos. Sus inquilinos, gracias a las vistas que tienen, deben sentirse como quienes viven al final de la Rambla y ven entrar al mar en su habitación. Los sofás mirando al mar, la disposición de las salas y el ambiente, recuerda París en los Campos, e incluso lo supera, como ya dije.

Entrando por una calle desde la misma Plaza Aristóteles, uno puede pararse a cenar en una de las zonas más populares de la ciudad. Entramos en la Plaza Átonos. Un laberinto de estrechas calles con restaurantes a uno y otro lado harán que uno no sepa muy bien si empezar a echar fotos o sentarse a comer. El que viene de fuera espera encontrar éso en Grecia. Sillas, mesas y camareros pesados que se le echan a uno encima. Es el rincón más típicamente griego de la ciudad. Manteles de color, sillas como las de la casa de mi abuelo, mesas que cojean y mucha alegría. Por las noches hay música en vivo, aunque no es lo mejor del sitio, la verdad. Son tabernas al aire libre, como pueda haberlas quizás en alguna de nuestras ciudades castellanas. Las tapas de allí son muy similares a las de aquí.

Una ensalada de aquí es como las de allí pero con queso feta. Cuando uno va de tapas allí, no suele pedir ensalada porque eso es “aburrir” al estómago. En cambio aquí siempre se pide, aunque sólo sea por el queso. Pero donde se ponga un buen queso manchego de esos que pican… Igualmente, siempre se piden patatas, que aquí son fritas en lugar de bravas. Cambiemos el souvlaki por el pincho de carne, el pulpo afeira por el pulpo a la brasa, los pimientos de Padrón por alguna otra verdura, etcétera. Cada vez que uno va a comer a estos sitios, desearía, de vez en cuando, que le sirvieran una buena ración de bravas, pan con tomate y pimientos de esos que te hacen llorar. Pero claro, cuando pruebas las croquetas, tocas el cielo y te las quieres comer todas. Hay tantos platos en la mesa que el pan, que decora, se pone en la silla que sobra.

Al otro lado de la Plaza Átonos está el mercado. Otro laberinto de callejuelas llenas de comida cruda y vendedores que te quieren convencer de que su pollo es mejor que el de al lado. Es muy similar a cualquier mercado que nos pueda venir a la mente, aunque un poco “bruto” o sucio. El que baja pronto, comprará más caro pero de mejor calidad. Al cabo de un rato, los precios bajan como en la bolsa. Los vendedores son bastante más amables a los que nosotros estamos acostumbrados, aunque ya se sabe que en los mercados los comerciantes siempre aparentan simpatía. Te dan a probar en cuanto preguntas algo o te ven con cara de pardillo. A la entrada del lugar, y que no se me olvide, esta el Pinocho de aquí, evidentemente no tan bueno como el de Barcelona, pero sí más barato, cosa no demasiado difícil.

Esas calles en las que el bogavante te mira, el conejo cuelga despellejado, el morro del cerdo crees verlo mover o el rape abre la boca, son lugares que uno nunca se cansa de visitar. Mas allá, hay una especie de zoco con tiendas de recuerdos, ropa o similares, que nos recordarán a cualquier otro mercado ambulante. Si uno le echa cara, puede probar una aceituna de aquí, un quesito de allí, unas almendras de más allá y algo de atún.

En la misma zona se encuentran algunas de las tabernas con más encanto de la ciudad. Están muy bien decoradas y son grandes. Nos recordarán a algunas de las que hay en las islas. Color, jarrones, platos, figuras, madera… El problema -o la ventaja- es que si uno va expresamente, nunca los encuentra. Por el contrario, el día menos pensado y cuando crees que te has perdido, chocas con ellos y no puedes evitar entrar, aunque sólo sea para curiosear. Y entonces ya has picado.

Cerca del mercado, junto a una de las muchas iglesias, hay una tienda de flores que nos recordará a alguna de las de Murcia o del Mercat de les Flors de Barcelona. Porque en Salónica hay muchas floristerías, y buenas. Se compran flores siempre que se festeja algo. El cumple de Kostas, el santo de Anastasía, la graduación del sobrino, el patrón del barrio, la visita a la tía Rula, el desfile militar y tantas otras.

La calle Egnatia, junto a Eleuterio, es la Gran Vía o la Diagonal. Más abajo, cruza la Plaza Aristóteles la calle Tsimiskí, que es la calle de tiendas de la ciudad. Otras adyacentes perpendiculares a ella forman la Vía T. Las tiendas con ropa de marca, de música, de teléfonos, etcétera, están ahí. No hay Corte Inglés -todavía…-, pero sí Fokas. Zara, en cambio, es el amo. Los anarquistas la han tomado con el Zara de Tsimiskí y se dedican a “decorar” sus cristales. Incluso los quemaron cuando hubo las revueltas estudiantiles. Uno que es español y que defiende lo español, se siente herido y no entiende por qué cargan contra Zara y no contra otra. En fin, a la semana de ser quemado, estaba como nuevo. Son todas las tiendas tan espectaculares como las cafeterías. A pesar de la crisis, todo el mundo compra. El hecho de que no haya grandes superficies, a excepción del Fokas, hace que la frase “ir de compras” recupere su significado. Las mujeres pasean, cotillean, entran, tocan, prueban, salen, tropiezan, ríen y, finalmente, compran. Allí se lleva mucho el “sólo estamos mirando”.

También existe un bonito bulevar, donde hay cines y cafeterías. Parece un patio interior de unos grandes edificios. Algunos de los sofás son de cuento de hadas. Hay un gimnasio kilométrico con muchos aparatos y tíos cachas que sacan pecho porque la pared es transparente. El precio del cine es escandalosamente alto y las películas se proyectan en lenguaje original subtitulado, como debe ser. Justo detrás de los cines de halla la embajada americana, donde suelen concluir las manifestaciones. Desconozco si matarán el tiempo tirando huevos contra la fachada como hacen en Tarragona contra Ensenyament o la Subdelegació.

Desde Tsimiski hacia Santa Sofía, nace Ictinou. Posiblemente la calle más tranquila y agradable de la ciudad. Es ancha, peatonal y con cafeterías elegantísimas. Encontramos sofás de diseñ o, velas, bancos que se balancean y música inapreciable, que es lo que a uno le permite platicar. No se porqué, pero me recuerda a Méndez Núñ ez, aunque en vez de haber pizzerías, hay bares, y en lugar de ocupar el centro de la vía, ocupan los laterales. Y, evidentemente, que a Ictinou no va cualquier pelagatos. De noche sólo la iluminan las velas. Recomiendo ir un domingo de sol por la mañana.


Electra Palace Hotel (Hλέκτρα Palace): otro de los hoteles de lujo de la ciudad, situado justo en la Plaza Aristóteles, llamara la atención del viajero por su forma semicircular, su espectacular entrada y su cafetería. Un cinco estrellas con una fachada palatina, habitaciones de lujo, piscina, bañ o turco y cafetería en la azotea.

Don Camilo (José): sólo ha habido uno y se apellidaba Cela. Se establece una discusión muy divertida entre varios ilustres caballeros sobre ciertos aspectos y usos de la lengua. Cela, que es el autor de la novela, está entre uno de ellos.

Plaza Prim y Teatro Fortuny: en la plaza se halla el teatro que con su nombre homenajea al conocido pintor. Huelga decir que se hallan en Reus.

Frappé (Φραπέ): bebida nacional griega. Nescafé, agua, azúcar, hielo y leche condensada. Todo bien remenado para que haga espuma. Se bebe con pajita.


Ernest: tanto en el Ernest como en el Noveau Café, uno puede ir de día y de noche, porque siempre hay gente. El primero es para gente más joven, con taburetes altos, mesitas redondas y mucha música. El segundo es para sentarse y relajarse, con sofás, trato exquisito y decoración muy lograda.

Plaza Átonos (Πλατεία Άθονος): zona de bullicio y de tabernas muy concurrida.


El mercado de Moidano está entre Egnatia, Irakliou y Aristotelous.
Pinocho: famoso bar situado a la entrada del Mercat de la Boqueria en Barcelona. Desayunos con cuchillo y tenedor. Si no se sabe qué pedir, déjese recomendar.

Antes de comprar cualquier recuerdo, ropa de andar por casa, materiales de cocina, iconos, camisetas, backgammon o cosas así, visite el lugar porque hay verdaderas gangas; en cualquier otro lugar le cobrarán el doble por lo mismo.

Tsimiskí (Τσιμισκί): la calle de las tiendas, que recorre en paralelo la costa entre la Avenida Nikis y Egnatia.

Vía T: a la zona comercial del centro Tarragona, se la llama así por la forma que dibuja. Sin embargo, allí no compra nadie porque todo el mundo va a los grandes almacenes. Entiéndase como irónica la comparación entre un lugar y otro.

Calle Ictinou (Ικτίνου): de las calles más bonitas de la ciudad. No conviene perdérsela.

Lejos del hogar V: la ciudad: el centro (I)



Dentro de la ciudad, lo que más le llama a uno cuando llega, es la Torre Blanca. La Torre del Oro. Parece calcada. Es el símbolo de la ciudad. Ningún españ ol que conozca la famosa torre podrá evitar hacer comparaciones. Es como si la hubieran transplantado, pero en lugar de estar junto al Guadalquivir, la hayan puesto junto al Golfo Termaico. Incluso en sus dimensiones se parecen.

No muy lejos de allí está el Pirulí. Es la torre de telecomunicaciones de la compañ ía nacional de teléfonos, que se asemeja en sus formas, aunque a pequeñ a escala, a la de Madrid. La cafetería del cuarto piso, abierta al público, gira muy lentamente y tiene las mejores vistas de la ciudad. Tarda un poquito más de una hora en dar la vuelta completa. Merece la pena llevarse allí a la pareja o a gente de negocios a la que se pretenda impresionar. Es un buen comienzo para aquel que visita por primera vez la ciudad. Le permitirá hacerse una idea de lo grande que es la ciudad y de los lugares que no conviene perderse.

El recinto ferial tiene algo de Expro Reus, de la feria del disco, del recinto ferial de Montjuic y de la feria de Albacete. Durante el invierno apenas se utiliza para algún congreso o para alguna exposición temporal, que apenas ocupa dos de los pabellones. Dentro del recinto esta el Alexandrio, que es el pabellón deportivo. Durante la feria propiamente dicha, que se celebra a principios de septiembre, aquello parece otra cosa. Sales más cargado que en Expro Reus. Y te cansas más porque es grande cómo la de Albacete. Incluso algunos tenderetes o chiringuitos que asan la carne al fresco, son similares a los de la capital manchega. El olor a brasa y carne quemada a uno le pellizca el estómago, siendo un pecado no detenerse a contemplar y a zampar.

Ya situados en el centro, el famoso Arco de Galerio, aquí llamado Kamara, es el Arco de Bará. Con todos los respetos, me quedo con el de allí. El de aquí no está entero y para reconstruirlo han hecho un pastiche de cuidado, o al menos esa es mi opinión. Kamara es el lugar de encuentro. Por lo tanto, Kamara es a Salónica como los Despullats o el edificio de hacienda son a Tarragona. Debajo del arco o en algún banco la novia espera al novio, la pandilla a Kostas o las niñ as a Anastasía.

Justo enfrente, al cruzar la calle, nos metemos en Navarinou. Se hace difícil asemejarlo a algo conocido. Es una plaza como las de aquí, es decir, tiene más de rambla que de plaza. Por el suelo y el color de las baldosas uno parece pasear por Sant Agustín. A medio camino entre Kamara y el mar encontraremos las ruinas del Palacio de Galerio. “Todas las ruinas se parecen”. Lo que cambia son los materiales. Uno contempla lo poco que queda de ello y se queda ensimismado con los mosaicos, maltratados por el tiempo, que debieron ser espectaculares en épocas pasadas.

Más allá de Navarinou, el mar. Cuando uno llega al gigantesco paseo marítimo de Salónica, le da la impresión de escapar del barullo. Es muy grande y muy tranquilo. Incluso se respira mejor. No hay vallas que pintar y los coches no pasan de la Avenida Nikis, aunque siempre hay el que irrumpe. Es la rambla de Salónica paralela al mar. Ni siquiera el agua, sucia y puerca, no impide que uno se sienta allí un poquito más libre. Es un paseo marítimo que se puede asemejar a muchos otros. Destacan sus dimensiones y su planicie. En verano los barcos te dan una vuelta por el golfo como lo hacen las golondrinas en el puerto de Barcelona, por ejemplo. También hay algunos que se ganan el jornal paseando a turistas en un coche de caballos, como en Sevilla, pero “a lo pobre“. También hay un pequeñ o trenecito que da una vuelta por el paseo, más pensado para los niñ os que para otra cosa, aunque formalmente es el Trenet turístic de Tarragona, claro.

Siguiendo en dirección opuesta a Aristóteles, uno llega hasta un hotel de nivel, el Makedonía Palace, con su piscina y sus terrazas, que recuerdan a los buenos de Salou. Lo curioso es que teniendo los inquilinos el agua del mar tan cerca, tengan que hacerlo en la piscina, porque no es potable. Un poco más allá hay un restaurante redondo, amplio y limpio, donde los cocineros cocinan de verdad. Me vino ligeramente a la memoria el Aquelarre se Subijana, más por la amplitud que por otra cosa. Porque la ubicación y las vistas del Aquelarre son insuperables. Lamentablemente, todavía no he degustado plato alguno ni allí ni aquí.

Un bonito parque con chiringuito funcional de esos de toda la vida, nos recordará a tantos otros similares donde los peques de la casa juegan a la pelota y corren por correr.

Un poco más allá, la cafetería más “in” de la ciudad. El que quiere lucir chapa o modelito, va al Interni. Para llegar uno tiene que pasear hasta una obra de arte que consiste en un montón de paraguas alineados bastante curiosa.

La terraza del Interni es descomunal. En verano aquello parece la pasarela de Milán. Hay mesas y sillas de varios tipos, así como velas y otros motivos decorativos muy llamativos. Investigando, uno llega a una piscina, que me recuerda a esas que salen en las películas de Harry, donde generalmente acaba habiendo matanza. Ni en Beverly Hills, oiga. Gente bien, amable decoración, amplitud, tranquilidad, buenas vistas… Belleza, al fin y al cabo. Además es restaurante. Cuando el frío cierra la terraza, uno tiene que meterse dentro. Entrando por el lado de la calle, hay aparcamiento con aparcacoches si así lo deseas. Una caja de cohíbas metidos en otra que los guarda a la temperatura indicada para una mejor conservación, le da a uno la bienvenida.

Hacia el otro lado del paseo y cruzando la calle, un frondoso parque que nos recordará a alguno de los que hayamos visto, aunque más pequeñ o. Justo en una de las entradas, el amigo Filipo nos saludará hierático. A lo largo de toda la ciudad, uno va chocando con esculturas de diversos tipos, formas y colores. Así, en el mismo paseo marítimo está la imponente estatua de Alejandro Magno a caballo. Y nos vienen a la memoria algunas esculturas ecuestres conocidas. Como el caballo solo se sujeta en sus patas traseras, uno parece estar viendo al Conde Duque de Olivares, que ha salido del Museo del Prado ha darse una vuelta.

Hay muchas esculturas que homenajean a militares que defendieron el país durante la guerra, como también las hay allí, y alguna que otra escultura que uno no sabe muy bien qué es, que conmemora alguna fecha señalada.

A parte de la de Alejandro Magno y la de Filipo, las otras dos más destacadas son las de un tal Aristóteles y las de Venizelos. La primera da nombre a la plaza más grande y bonita de la ciudad, y la segunda homenajea al ilustre ex primer ministro, al que se le dedican calles, avenidas, plazas, estatuas e incluso aeropuertos como el de Atenas. Físicamente y a causa de la barba, nos recordará de lejos al general Prim, a Lenin o a tantos otros generales que lucharon en nuestra Guerra Civil. Eleuterio está de pie, blanco como la nieve, dirigiéndose a la plebe a la que parece querer decir alguna cosa. Mira hacia el mar y protege el Parc de la Ciutat, que aquí le llaman Plaza Dikastirion.

Aristóteles es el yayo Virgili“. Ambos sentados junto a la Rambla, sabios, que parece que vayan a estar ahí siempre, tomando el aire y filosofando. Con todo, el yayo Virgili, en su pequeñ ez, es mucho más cercano y entrañ able. Por el contrario, las dimensiones de la escultura del gran Aristóteles lo hacen más frío, alejándolo del carácter humano del anterior y acercándolo al de un dios. 

Encontraremos muchas otras estatuas de religiosos, monjes, curas o popes que han dejado huella en el país o en la ciudad. Al extranjero le parecerá que esta viendo al mismo pope en todas ellas, porque visten igual y llevan las mismas barbas. Y al cruzarse uno con cualquier cura o monje por la ciudad, creerá que es el de la escultura de Santa Sofía, que ha cobrado vida. Si al pare Pere se le pone birrete y túnica negra de esas, pasa por pater Petros, Teodoros o Pablos.


La Torre Blanca (Λέυκος Πύργος): conocida también como Pirgo.

Golfo Térmico (Θερμαικός Κόλπος): el golfo de Salónica.

El pirulí: edificio muy característico de Madrid, que tiene forma de cohete, donde se halla Televisión España.

Expro Reus: conocida feria de muestras que anualmente se celebra en Reus.

Alexandrio (Αλεξάνδριο): legendario pabellón donde juega el Aris de Salónica.

Feria Internacional del Comercio, que se celebra la primera quincena de septiembre.

Kamara (Καμάρα): uno de los símbolos de la ciudad, en el cruce entre Egnatia, Navarinou y justo enfrente de la Rotonda. Del 303 d.C. se construyó para celebrar las victorias del emperador sobre los persas.


Els despullats: estatua que sirve de lugar de encuentro justo en el centro de la Rambla de Tarragona.

Navarinou (Πλατεία Ναβαρίνου): una de las plazas de la ciudad, céntrica junto a Kamara.

Avenida Nikis (Λεωφόρος Νήκης): avenida que recorre el paseo marítimo de punta a punta y que continúa hasta no se sabe donde.

Trenet turístic: típico tren de escasas dimensiones que recorre los lugares más turísticos y conocidos de la ciudad durante el verano


El Aquelarre: restaurante de lujo situado en algún lugar de Monte Igueldo.

Subijana: A Pedro Subijana, amo del restaurante y cocinero de reconocido prestigio internacional, le reconocerán en seguida por su enorme mostacho, antes negro, ahora grisáceo.


Harry Kalahan, ¿ quién si no? Véase el inicio de Harry el Sucio, sin ir más lejos, o hacia la mitad de Harry el Fuerte, donde no queda ni el apuntador.

Filipo (Φιλίπος): Filipo II, padre de Alejandro Magno.

Aristóteles (Πλατεία Αριστοτέλους): nos referiremos más adelante a ella y a menudo sin el termino “plaza” delante.

Extraordinario cuadro de Velázquez que refleja la personalidad del protagonista y su grandeza.

Eleftherios Venizelos (Ελεφθέριος Βενιζέλος): gran personaje de la historia de Grecia, que fue primer ministro entre 1910 y 1935. Por “cercanía”, en ocasiones le llamaremos Eleuterio.

Parc de la Ciutat: o también Parc de Sant Rafael, justo detrás de la estación de autobuses de Tarragona.

Plaza Dikastirion (Πλατεία Δικαστίριον): entre Egnatia y Agiou Dimitriou. En su parte norte se encuentra el Ágora romana.

Yayo Virgili: ilustre personaje tarraconense al que la ciudad le quiso rendir merecido homenaje con una escultura que está situada en un banco de la Rambla, lugar que solía frecuentar.

Pare Pere: padre capuchino.