En julio se
cumplirán 10 años de la mayor sorpresa de la historia del fútbol, la victoria
de Grecia en la Eurocopa de Portugal.
Ando unos días
indignado porque siempre que se habla de fútbol defensivo y aburrido la gente
nombra a aquella selección griega de 2004. Tendemos a hablar del deporte rey
desde la supuesta superioridad moral que da el hecho de jugar al fútbol de una
manera más atractiva, más bonita y más de posesión de balón, cuando otro fútbol
es posible –y lícito-. Nos olvidamos de que el resto de selecciones también
entrena, pelea y juega. Hay fútbol más allá de la liga española.
Repasando
algunos de los artículos que hay en la red sobre el triunfo de Grecia, se tilda
al fútbol practicado de rácano, feo, defensivo, rudimentario, físico, aburrido,
pétreo, de otra época, poco vistoso, inofensivo, tímido y demás. ¡Con los años,
incluso algunos hablan de que la
victoria de aquel estilo de juego hizo daño al fútbol! A todos estos enterados,
que se les caía la baba con Romario
o Bebeto, les preguntaría si les gustó el fútbol que
practicó Brasil en el Mundial de 1994. ¿Qué pensarán de la Argentina de 1990? Cuando
gana el equipo débil es por demérito del fuerte y no por haber explotado mejor
sus virtudes, claro.
En lugar de
hablar de fútbol feo, podrían hacerlo de fútbol sencillo, directo, inteligente,
efectivo o útil, sin posesión de pelota, pero con sentido colectivo del juego y
manteniendo siempre unidas las líneas. Podrían hablar de un equipo que conocía
perfectamente sus límites y que sabía hasta donde podía llegar, o de un fútbol simple
partiendo desde la humildad y el trabajo. Pero ellos erre que erre con que si
Grecia era un bloque de cemento armado que jugaba al patadón y poco más.
Seamos claros: el triunfo de Grecia en la Eurocopa de
Portugal ha sido uno de los más justos de la historia del fútbol.
Ganó al anfitrión
dos veces, en la inauguración y en la final. Portugal partía como una de las
selecciones favoritas, con Luis Figo,
Rui Costa, Cristiano Ronaldo, Deco,
Jorge Andrade, Fernando Couto,
Maniche, Costinha, etcétera. Si ya tiene mérito ganar al anfitrión en su
casa, hacerlo por partida doble –una de ellas en la final-, vosotros diréis.
El partido
inaugural explica muchas cosas. Un equipo mucho más potente con el público a
favor y jugadores de gran clase que está obligado a ganar, contra otro formado
por “desconocidos” ante la oportunidad de sus vidas. La nervios locales del
primer partido en un campeonato hecho a la medida contra la tranquilidad de los
que no tienen nada que perder.
Grecia castigó
con dureza los pequeños errores de los rivales, como hizo Karagounis en el minuto 6 del primer partido tras un fallo en la
entrega de la defensa lusa. Un error estúpido, absurdo e inofensivo en un pase
raso de cuatro metros alejado del área y el guerrero Karagounis lo provecha para sacar petróleo. Bajito, feote y de
piernas arqueadas, pero con dos huevos duros y un corazón que no le cabe en el
pecho.
Luego mantuvo el
orden y supo esperar su momento. Una de las escasas subidas del lateral con el
rival volcado en el área de Nikopolidis
fue aprovechada por Charisteas, que
metió un buen pase a Seitaridis
entre líneas.
Grecia sacó ventaja
del ímpetu local y jugó con su nerviosismo. Cristiano Ronaldo, que se ve fuerte para llegar a la cobertura, no
mide bien y comete penalty. El corazón le va a toda pastilla, todo lo contrario
que a Vasinas, que coloca el balón
suavemente, espera, se toma su tiempo y lo pone arriba con suma tranquilidad. Dos
detalles sueltos, esporádicos, letales. No hace falta más. Bueno, sí, algunas
paradas de Nikopolidis, que para mí
no son tan importantes como la seguridad que transmite.
Después de
Portugal tocaba España. Vista ahora la plantilla española, parece floja en
comparación con la de la Euro 2008,
pero igualmente muy superior a Grecia, por lo menos en cuanto a nombres: Carles Puyol, Íker Casillas, Raúl, Morientes, Albelda, etcétera. España marcó pronto y falló alguna ocasión, pero
no sentenció el partido y Grecia empató gracias a un pelotazo largo de Tsiartas que remató con el pie Charisteas. El zurdo, que había salido
por Karagounis en el minuto 53,
tardó 13 minutos en ejecutar el plan. Esta vez fue un zapatazo de 35 metros,
una diagonal a la espalda de Puyol,
pero bien podría haber sido un centro a la cabeza de alguien, un córner o un
libre directo.
Por cierto, para
los que todavía se preguntan cómo fuimos incapaces de no ganar aquel partido,
recordarles que Grecia había quedado primera en el grupo de clasificación para
la Eurocopa, por delante de España,
a la que había derrotado en Zaragoza por 0-1. España se clasificó para la Euro 2004 vía repesca, Grecia no.
El conjunto
mantuvo la concentración desde el primer minuto del campeonato hasta el último.
Sólo se descentró los primeros 20 minutos contra Rusia, cuando no sabía muy
bien si atacar o esperar. Los rusos, que no tenían nada que perder puesto que
estaban eliminados, salieron al ataque y sorprendieron a los de Otto con dos goles. Grecia se sintió
fuera de su papel y no supo manejar la situación, si bien es cierto que
descansaron algunos titulares. De la derrota el alemán también sacó sus
conclusiones y los griegos aprendieron la lección. El gol marcado por Bulykin en el minuto 17 sería el último
encajado por los griegos en todo el torneo.
Otto, el maestro.
El alemán Otto Rehhagel, que con el Werder Bremen (1981-1995) había
practicado un juego alegre y ofensivo, tuvo que modificar su estilo. Organizó sus
planes a partir del tipo de jugadores que tenía. Entendió perfectamente que el
orden defensivo era fundamental; el fútbol griego siempre ha partido de la
unidad defensiva. Dotó al equipo de personalidad propia y se mantuvo fiel al
mismo estilo hasta el final. Durante el torneo vimos varios partidos repetidos,
casi calcados, pero nadie supo deshacer el entramado del alemán.
Con Otto en el banquillo, nunca un equipo
jugó mejor sus bazas. Grecia fue eficaz, rentabilizó al máximo sus ocasiones y
manejó divinamente la estrategia. Además, no pasó excesivos apuros en defensa y
no se sintió avasallado, salvo algunos minutos contra la República Checa.
A nivel táctico,
Otto estuvo sublime. Planteó bien
todos los partidos y acertó siempre en los cambios. Jugador que salía, daba el
centro del gol o remataba. El tronco del equipo lo formaban el portero Nikopolidis, los defensas Seitaridis, Kapsis, Dellas y Fyssas, el centrocampista Zagorakis y el delantero Charisteas, ayudado por hombres no tan
duros pero de calidad como Vasinas y
Tsiartas, además del pulmón Karagounis, Katsouranis y Vryzas,
también centrocampistas. El 4-4-2 griego acabó conviertiéndose en un
jeroglífico indescifrable. Contra Rusia Otto
quiso ser más ofensivo (4-3-3) y lo pagó.
Ningún equipo
pudo deshacer la telaraña griega del centro del campo: ni España con Baraja y Albelda, ni Francia con Zidane,
Makelele y Pires, ni Portugal con Figo,
Maniche y Rui Costa, nadie.
Grecia no se desestabilizó
atrás y mantuvo el rigor y la disciplina defensiva en todo momento. No concedió
demasiadas ocasiones de gol y apenas hubo jugadas conflictivas en su área
(ningún penalty en contra). Recibió 4 goles: uno en el partido inaugural -en el
minuto 87-, otro contra España y 2 contra Rusia en un partido que no importaba.
Es decir, los cuatro en la primera fase.
La pizarra de Otto funcionó. Las jugadas a pelota
parada salieron bien en casi todos los partidos. Había mucho trabajo detrás, sin
duda, aunque la estrategia era de lo más simple. Un centro fuerte al primer o
al segundo palo, un “peinado” –o no- y un remate seco de una torre.
Tan importante
como tener buenos lanzadores (Vasinas,
Tsiartas, Zagorakis) y rematadores (Charisteas,
Dellas, Vryzas) es saber defender los córners, algo que Grecia hizo a la
perfección. Para ello, Otto llenó el
área pequeña de tíos corpulentos y altos (Dellas
1,96, Seitaridis 1,85, Fyssas 1,88, Charisteas 1,91, Vryzas
1,90...).
Grecia tuvo fe, creyó.
Se contagió del espíritu del Eurobasket
del 87, al que muchos periodistas hicieron referencia y todavía hoy asemejan.
El factor psicológico de empezar el partido y pensar que “estos tíos no me ganan”, y no hundirse nunca mentalmente a pesar
de las dificultades hizo que para los contrarios fuera un auténtico suplicio
jugar contra Grecia. Los helenos crecieron con el paso de los días hasta
hacerse indestructible. Muy de los Balcanes, muy griego, muy -hasta entonces-
de otros deportes. Tal era el desgaste físico y psicológico al que eran
sometidos los otros equipos, que un gol en contra suponía el Everest. Las
figuras caían, literalmente a veces, y no podían ni levantarse al tiempo que se
echaban las manos a la cabeza, en una mezcla de frustración, incredulidad e
impotencia.
La selección se
mantuvo unida hasta el final. Grecia jugó como un bloque y ganó como un bloque.
No había ni figuras, ni peinados, ni tatuajes. Karagounis estaba en el Inter, Nikolaidis
en el Atlético de Madrid, Dellas en la Roma, Charisteas en el Werder Bremen, Vryzas en la Fiorentina,
Giannakopoulos en el Bolton, Dabizas en el Leicester
y Fyssas en el Benfica, pero no eran titulares fijos en ninguno de sus equipos. El
resto jugaban en los tres grandes de Grecia: Panathinaikos, Olympiacos
y AEK.
Lo curioso es
que Grecia no jugó a la contra. Defendió de manera ordenada y se dedicó a
esperar su oportunidad, a desesperar al rival, a no impacientarse. Desquiciar hasta
soltar el picotazo. Un golpe a la yugular que dejaba al rival chocado,
noqueado, torpe. Practicó un juego farragoso, agazapado y de contacto, de pelea
y duro, de hombres.
La fórmula del
éxito podría resumirse en sacar ventaja de los errores y castigar donde el rival era más débil. Sacar los
córners los que tenían que hacerlo, pegar los pelotazos los que sabían hacerlo,
aprovechar la altura de los hombres altos y no precipitarse nunca yendo al
ataque con el riesgo de dejar la defensa desguarnecida.
Grecia remató
muy poco a puerta, no tuvo la pelota, sacó pocos córners, cometió muchas faltas,
le sacaron muchas tarjetas, jugó a defenderse... ¿Y qué?
El tercer rival
fuerte que Grecia se llevó por delante fue Francia, selección que defendía
título y que dos años después llegaría a la final del Mundial. Otro escalón
hacia el milagro. El equipo aguantó y tuvo paciencia ante el depsliegue físico
no exento de calidad de los Zidane, Henry, Pires, Trezeget.. En la única
jugada trenzada por los griegos en todo el partido, Zagorakis sorprende por la banda derecha desdoblándose y pone un
centro magistral en la cabeza de Charisteas.
El remate del delantero es de manual, imparable, bello, definitivo. A esas
alturas, hablar de victoria casual o de anti fútbol sonaba –y suena- ofensivo. Mientras,
por el otro lado del cuadro Portugal y los Países Bajos pasaban de ronda
gracias a la tanda de penalties.
Probablemente la
República Checa fue la selección que practicó el mejor fútbol del torneo. Se
clasificó para la semifinal tras haber ganado a Letonia, Alemania, Países Bajos
y Dinamarca, y disponía de la mejor delantera, con el gigante Jan Koller (2,02), Poborsky y Milan Baros.
Además contaba con Pavel Nedvev, premio
Balón de Oro en 2003, Smicer, Galasek y otros que jugaban en equipos punteros de Europa.
Grecia frenó el
juego aéreo, aguantó y se agarró con uñas y dientes al partido. La prórroga, Rehagel discutiendo con su segundo
sobre si conviene sacar a Tsiartas o
no, el córner lanzado con el “guante” izquierdo al primer palo, la cabeza de Traianos Dellas que asoma entre las torres checas, Peter Cech “escondido” bajo los palos... Que pase el siguiente.
Nadie podía
esperar lo que pasó en la final y menos después de aquel partido inaugural
pocos días antes. Portugal se había recuperado del golpe y por momentos había
practicado un fútbol brillante. Deco,
Pauleta, Figo y Ronaldo amenazaban
la resistencia helena y se encontraban ante la oportunidad de sus vidas. Por
Grecia volvía al equipo titular el joven Katsouranis,
que entraba por el sancionado Karagounis.
Una baja sensible que no se notó.
Los nervios
lusos volvieron a aparecer. La posesión infructuosa no encontraba esa diagonal,
ese desdoblamiento, ese pase interior entre el “hormigón”. Grecia volvió a ser
un bloque sin fisuras que supo jugar con el reloj y con la ansiedad del rival. Los
fantasmas de Dragao sobrevolaban Da Luz. El gol no llegaba.
Tras el
descanso, un cabezazo de Charisteas –otro-
desnuda a la defensa local y castiga la mala salida de Ricardo. Una cabeza entre los centrales allí donde Vasinas coloca el esférico. Es el mismo
gol que vimos contra la República Checa con diferentes protagonistas.
Con todo, el gol
de Grecia subió al marcador en el minuto 57, no en la prórroga como contra los checos, y muchos
creían que había llegado demasiado pronto. Quedaban más de 30 minutos
Sin embargo, el
gol se convirtió de nuevo en una barrera psicológica infranqueable. Después, la
defensa espartana helena, el orden y el rigor táctico acabaron desesperando a
los locales, que por segunda vez sentían la frustración de ver que no había
manera. Los portugueses empujaban más con el corazón que con la cabeza. La
selección de Grecia no se rompió y se proclamó campeona de Europa con toda
justicia.
Aquella victoria
la veo como una bofetada a los teóricos exagerados del fútbol, a los pedantes
que postulan cuando hablan y a los charlatanes. También como una lección o un
modelo a seguir para aquellas selecciones que no cuentan con jugadores de
renombre, pero sí con profesionales que creen en lo que hacen.
Cuatro años
después España ganaría la Eurocopa de un modo totalmente diferente, teniendo la
pelota, dominando a los rivales, tocando y amasando cada ataque. El resultado
fue el mismo, la victoria, a la que se llegó por dos caminos totalmente
distintos. Ambos triunfos fueron justos, lícitos y elogiables, pero el de Grecia más meritorio, en mi opinión.