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domingo, 29 de enero de 2012

Paisaje de una ciudad griega en enero de 2012.



Bajo a cortarme el pelo y mi peluquera me dice que cierra el chiringuito. Con la subida de la luz y el impuesto que tasa los metros cuadrados del local, se ha quedado tiesa. 

- Me han cogido como dependienta en una tienda de quesos. 

Resignada, va a seguir cortando cabelleras en casas particulares, aunque sólo en sus ratos libres. Además, siempre previa cita, utilizará una de las habitaciones de su casa como improvisada peluquería. No le hace gracia tener que cambiar de look ni de trabajo, pero tal como están las cosas, lo mejor es tener un sueldo seguro, aunque sea poco. 

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Como me apetece tomar un cafecito como Dios manda, bajo al paseo marítimo. Cada vez frecuento menos según qué cafeterías. Pagar cuatro euros por un café en los tiempos que corren, es poco menos que un crimen. Pero como es domingo y ayer cobré, haremos una excepción. Un enorme cartel en la puerta reza “SE ALQUILA”, con lo que tendré que cambiar de sitio. Por la cantidad de polvo y las pintadas de los cristales, intuyo que la cafetería hace meses que está cerrada. Cuento tres o cuatro locales en alquiler y/o en venta antes de poderme sentar.  

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Ya que estoy cerca, aprovecho para pasar a saludar al dueño de un local que organizó una cata de vinos el día previo a mi boda. Esta vez me da la bienvenida un “CERRADO POR REFORMAS” al que ya le han pintado por encima en spray un “CERRADO LOGO CRISIS”. ¿Seré yo el gafe?

Las cafeterías que todavía siguen en pie sacan enromes carteles a la calle anunciando que sirven café a 2 euros o 2 euros y medio de lunes a viernes. Es lo que nos faltaba por ver, rebajas en los bares como en las tiendas de ropa. 

Cada vez se ve más gente tomando el café en el banco de la plaza. Por llevarlo en la mano sólo te cobran 60 o 50 céntimos cuando hasta hace poco más de un mes, lo bebías por un euro. Cobrarte un 40% o un 50% menos ahora que antes significa, o que la economía está muy mal o que nos han estado tomando el pelo. 

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Proliferan los pequeños locales de comida rápida como las setas. ¡A 60 céntimos el perrito caliente! Son pequeños rincones en los que apenas se cabe. Producen el mínimo gasto y dan muchísimo rendimiento. Pero como ya no tenemos edad para tanta comida basura, deshecho la opción por otra más saludable. Al fin y al cabo, las tabernas son buenas, bonitas y bastante baratas. 

Mi gozo en un pozo. “Mi” taberna ha echado el cierre. No me lo puedo creer porque está en una de las zonas más típicas del centro, donde los turistas se sientan a comer. El aspecto de las calles peatonales que se entrecruzan es desolador. Una de cada dos tabernas ha cerrado. Lo peor de todo es que incluso algunas han sido derrumbadas. En menos tres años lo veo todo reducido a escombros. Habíamos hecho migas con el dueño de la taberna porque era de la misma ciudad que mi mujer. Cenamos allí la noche previa a la boda, así que nos supo mal por el valor sentimental que el lugar tenía para nosotros.

Por suerte, la ciudad está llena de tabernas y aquí se come muy bien. Durante el ágape, no dejan de pasar pedigüeños. Es terriblemente incómodo.   

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Pasear por la calle a estas alturas, supone encontrarte cada vez con más vagabundos. Detrás de cada uno de ellos se esconde una historia que a veces es mejor no saber. Beben para calentarse porque el frío de este invierno mata. Buscan algo de comer en la basura, cartones, maderas o muebles viejos. Parece que les sirva cualquier cosa. La situación es muy grave. Sólo hay que sentarse una hora en un bar y quedarse observando los contenedores. Es tiempo más que suficiente. Primero pasa uno que se lleva una caja rota, luego unos gitanos algo de chatarra, una inmigrante algo de comer y una vieja unos trapos sucios.  

Los africanos que venden CD piratas viven como reyes al lado de éstos “sin techo”. Incluso los inmigrantes asiáticos comen caliente aquí, a pesar de la crisis. Están tan acostumbrados a vivir con poco, que se adaptan mucho mejor que nosotros a la situación. Quizás deberíamos aprender de ellos, en este sentido. Venden un par de zapatillas cada mañana y ya tienen para comer. Claro que no pagan impuestos…

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De camino a casa me topo de bruces con una manifestación. Las protestas en la calle forman parte del paisaje de la ciudad y ya nadie se inmuta. Los ciudadanos no muestran el más mínimo interés y continúan caminando como si nada.  Ni siquiera el tráfico se detiene porque los manifestantes no ocupan todo el ancho de la calzada. 

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Cuento más de cincuenta locales en venta o en alquiler antes de llegar a casa. Algunos dicen que se trasladan a otra dirección, imagino que para pagar menos. La mayoría de negocios están cerrados y vacíos. Dos tiendas seguidas abiertas son un oasis en medio de tanta desolación. ¡La de negocios que he visto abrir y cerrar en los últimos dos años y medio! Tan sorprendente es la rapidez con la que una tienda cierra como con la que otra abre. Eso sí, cierran ocho y sólo abre una. Ésa que abre, además, suele pertenecer a alguna multinacional o a alguna de las empresas fuertes del país. Ahora nos bombardean con las “hotdoguerías”. También funcionan las panaderías y las pastelerías, además de algunos bares. 

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Cruzar la calle es más complicado de lo que parece. Algunos semáforos no funcionan desde hace ya ni se sabe y las líneas de los pasos de cebra no se ven. Falta personal en los museos y la sensación de abandono de todo lo que depende del Estado empieza a ser más que preocupante. 

Cada vez se ven más coches sin matrículas, bien porque se las han quitado por infringir las normas de circulación o bien por no poder pagar el impuesto correspondiente. Los pilotos pueden voluntariamente devolverlas en el segundo caso. Sin embargo, ni cortos ni perezosos, cogen el coche arriesgándose a una sanción mayor. 

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Llego a casa después de sortear algunos coches mal aparcados. Observo en los paneles de las dos gasolineras que hay debajo de casa que la gasolina ya está en 1,70 el litro. La cosa está como para coger el coche.     

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