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sábado, 14 de enero de 2012

Grecia 2011, un año para olvidar.




No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Si tuviéramos la suerte de vivir 200 años tendríamos más perspectiva sobre las cosas y podríamos opinar con más conocimiento de causa. Desde luego, Grecia hoy es un país pobre, pero me gustaría ver cómo estaba hace cuarenta ó cincuenta años. Todos aquellos que ahora sienten nostalgia y te hablan como si los años setenta fueran la pera limonera, se equivocan. Nuestra memoria se vuelve selectiva. Borramos los malos momentos y nos quedamos con lo bueno.

Con todo, el 2011 griego ha sido un año para olvidar. Posiblemente, el peor de la última década. Algunos dicen que de las últimas décadas, sin especificar. Calificarlo de horrible es quedarse corto, pero tampoco hay que exagerar porque TODO ES SUSCEPTIBLE DE EMPEORAR. 

Todo indica que el 2012 será peor. Los últimos tres meses han sido terribles. Ni los recortes, ni la persecución de las fugas de capital, ni el control del gasto, ni el “despido libre”, etcétera, han podido parar la sangría que supone el incremento de la deuda. Es como la caída del pelo a cierta edad. No importa lo que hagas para frenarla porque es inevitable. Debemos aprender a vivir con ambas, con la calvicie y con la deuda.

No parece que el país haya tocado fondo, a pesar de que las protestas en la calle no sean tan numerosas. Con tanta ida y venida de la Troika, tanto político mediocre y tanta televisión basura, nos tienen anestesiados. El pueblo griego está atontado. Me temo que la clase política ha conseguido lo que quería.


Parece que la única solución contra la crisis sea el pago de los impuestos, que crecen y crecen. Y el silencio. La resignación se ha instalado en el día a día de la gente, que ya ni siquiera protesta. Ni ha cambiado el sistema, ni se han ido los culpables, ni se han mejorado las cosas. El pueblo sigue pagando el pato y lo peor es que parece que lo acepta agachando la cabeza. 

Grecia es el laboratorio de experimentación de la Unión Europea. Los ratoncillos con los que se investigan las nuevas enfermedades. La evolución de cada uno de los PIIGS sigue caminos paralelos. Las medidas del nuevo gobierno en España se parecen muchísimo a las que se tomaron aquí hace ya unos meses. Pero de momento, ni se han aplicado en su totalidad, ni han servido de nada. Así que ya veremos. 

Se llenan la boca diciendo que lo están haciendo bien, que los recortes se hacen por el bien de todos, pero la deuda sigue aumentando. El gobierno sigue comprando armas a los alemanes, no han pasado a la reserva los funcionarios como estaba previsto, no se han liberalizado los taxis -por poner un ejemplo- y tantas otras empresas que parece monopolizar el Estado, etcétera. Nadie invierte en la marca “Grecia”. Cada vez hay más locales en venta y en alquiler. Desde que empezó la crisis para acá he visto abrir en el mismo local tres o cuatro negocios diferentes. Todos se van al agua en seis meses. Para ahorrar, algunas tiendas colocan un gran cartel en el que anuncian que “nos hemos trasladado”, en el que se haya escrita la nueva dirección, a veces apenas unos metros más abajo. En lugar de 60 metros cuadrados ahora el local tiene 40 y así el propietario paga menos.

Muchas de las resoluciones tomadas están “en proceso”. O lo que es lo mismo, “paradas“. Es una vergüenza. Tampoco ha habido dimisiones y siguen los mismos en las sillas. Tres partidos políticos juegan a los dados con Papadimos y esperan que alguien convoque nuevas elecciones mientras la gente te ahoga. Cada semana hay nuevas decisiones, todas en el marco de la economía: aumento de impuestos, cómo hay que pagarlos, dónde, quién, etcétera. 


Muchos inmigrantes se han vuelto a su país porque no hay trabajo. Incluso los que llevaban en Grecia más de una década. Si ya es difícil para los griegos, para el que llega es mucho más difícil. La mayoría de los que se quedan optan por la venta ambulante. La economía sumergida, contra la que no se está haciendo nada, también influye en todo este desbarajuste económico. 

Aquí nadie cree ya en los políticos. Si alguien reconoce a alguno en la calle, no duda en increparlo o pedirle explicaciones. En celebraciones y actos públicos siempre hay bronca. Deberían quedarse en casa. Papandreu, que parece que lo deja desde hace tres o cuatro meses, sigue de presidente de su partido. Es increíble. Verdaderamente, se cree el salvador de la patria. Ahora dicen que dimitirá para que se presente otro a las elecciones porque, evidentemente, no lo votará ni el tato. Resulta que esta misma táctica es la que utilizaron en 2004 con el anterior, Kostas Simitis. 

Papadimos es un títere manejado por muchas manos, algunas extranjeras y otras nacionales. Básicamente, ejerce un papel de representación. Debe estar con unas ganas de marcharse tremendas, el pobre. 

Como se ve, el panorama no pinta nada bien y las noticias son cada vez más malas. El tiempo juega en contra y muchas más medidas deben tomarse de forma urgente. ¿Hasta cuándo podrán aguantar las familias? Si estuviéramos en otras épocas, ya se hubiera desencadenado alguna revolución. 

Esta imagen es cada vez más habitual en las calles de Atenas y Salónica.

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