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martes, 29 de junio de 2010

Lejos del hogar III: el norte



Más hacia el norte y sobre todo viajando en tren, a medida que te acercas a ciudades relativamente importantes como puedan se Veria, Édesa, Naousa o similares, uno entra en la huerta. Y en la finca. Y más aún, en el monocultivo. Y como no podía ser de otra manera, en el melocotón. Por si uno no tuviera bastante con los de la Ribera, aquí nos encontramos con la región que más melocotones produce de toda Grecia. Gracias al clima y a la cantidad de terreno, las cosechas suelen ser generosas. Se ven tractores, payeses, escaleras apoyadas contra los árboles, tubos del riego, cubos, ramas secas, etcétera. Un paisaje conocido, vamos. Por un momento creo reconocer al tío Rafael, que acaba de caer al suelo desde lo alto de una escalera diciendo: “no m´he fet res, no m´he fet res”.


Las estaciones que uno va pasando son las mismas que las que uno va dejando atrás de camino a Mora. Estaciones fantasma. Muchas veces el tren para pero no sube ni baja nadie. Las vías son viejas y muchas de las estaciones no llegan a serlo. Los revisores son como los de antes, que gritan el nombre de la parada antes de llegar. Dicen Alexandria y me parece oír Riudecanyes. Esta lleno de pasos a nivel sin barrera o con una barrera que se puede esquivar fácilmente. Pero como el tren va casi más despacio que el autobús, no suele haber peligro. Un bocinazo fuerte ahuyenta a los posibles invasores.



Más al norte está Naousa, una pequeñ a y coqueta ciudad, de la que destaca el parque que da la bienvenida al viajero, y una zona de bosque. El Matarraña. En verano, cuando el termómetro sube hasta casi los 40 grados, en el bosque de Naousa hace fresquito. Una hermosa explanada, árboles altos, caminitos, clorofila y agua. Un río salvaje que nace de la montañ a te invita a que mojes los pies. Y hay peces nadando en libertad, algún caballo al que te puedes montar y no se cuántas cosas más. Me recordó las épocas en las que íbamos al Matarrañ a. El agua era tan fría que nos hacia de nevera. Cruzábamos el río dando saltos estúpidos sobre unas piedras resbaladizas. Caerse era lo divertido. Y allí comíamos. Por su puesto, no faltan en Naousa tampoco las parrillas y las barbacoas en piedra que ruegan que les des de comer. Cada vez que voy me dan ganas de esconderme o escaparme por algunos de los caminos que hay y tumbarme desnudo a tomar el sol sobre la hierba, después de cagar a gusto. Y como no podía ser de otra manera, hay una bonita capilla que da nombre al lugar, Agios Nicolas.

También es un lugar donde paran los autobuses de turistas. Hay canchas deportivas y un bonito hotel, donde alguna vez se concentra la selección de baloncesto.




Tanto en Veria como en Édesa, hay manantiales de agua mineral por todas partes. En Veria nace el Anixeos y en Édesa, a parte de las cascadas, se pueden ver canales de agua circulando por toda la localidad. Un punto notable de interés, a parte de la plazoleta dedicada al apóstol San Pablo, es un gran árbol platanero que hay en Veria donde en 1430 los turcos ahorcaron al arzobispo Arsenios. Y uno piensa en tantos otros ahorcados, empezando por Judas Iscariote. Al pasar me da por cantar el The hunging tree y espero en vano ver aparecer a Gary Cooper con su sombrero vaquero.

Y como no podía ser de otro modo, se cultivan buenos vinos, como en la Terra Alta o el Priorat. Posiblemente los mejores del país. Se elaboran en la escarpa entre Veria y Édesa.




Y como acabo de citar el vino, doy una leve pincelada. Se habla mucho del vino Retsina griego. Para mí es como el Pazo del Evaristo en Tarragona. Vino blanco de mesa justito justito. Y cabezón. Con decir que la marca más conocida es el Retsina Mala Matina (“mala-matina“, ¿ lo cogen?), está dicho todo. Quizás también podamos asemejar el Kourtaki con algún alvariñ o. Los entendidos me llamarán sacrílego por compararlos, pero sólo dejo constancia de lo que yo encuentro equivalente en uno y otro lugar. El Boutari, en cambio, tiene mayor y mejor fama. Ahí sí que quizás llegue al nivel de algún tinto del Priorat.

Los caminos y las carreteras que se adentran en las fincas están repletos de baches y nunca sabe uno donde terminan. Un día coges el coche y empiezas a conducir hacia el interior de los melocotones buscando llegar al Ebro por el Omplidor. Incluso alguna vez, en algún sitio sin árboles, puedes tropezarte con el pastor de ovejas de turno sentado bajo un árbol. Aquí se llama Kostas en lugar de Felip.

Después cruzas un pueblo casi deshabitado donde pareces un bicho raro. Los pueblerinos, sentados al lado de la carretera con su café y su colilla, echan miradas curiosas a la vez que intensas, a los forasteros. Como en el lejano oeste. O como cuando algún coche con matrícula extrañ a pasa por Tivissa para ver los restos ibéricos. Muy andaluz, también, eso de sentarse junto a la puerta de casa, refugiarse en la sombra y esperar la hora de cenar con un palillo en la boca. Y escupiendo de vez en cuando.

La gente de los pueblos es la misma aquí que allí. Lo que las diferencia de la de la gran ciudad es la amabilidad, la cercanía y la bondad. Siempre están dispuestos a echar una mano.




Las viudas visten rigurosas, negras de arriba abajo, e intentan ir a misa todos los días. Después, a sus casas al lado de la estufa en invierno, a coser o al huerto. Y al foráneo le obsequian con dulces de la zona y con el coc de la abuela, que te dicen que es lo máximo. Lo comes y es como estar ingiriendo el coc de la yaya que tantas veces hemos probado a escondidas una vez abierto el armario. No he encontrado equivalencia con las “cocas planas”. Todavía.

Las generaciones cambian que es un gusto. Los jóvenes huyen del pueblo. A los dieciocho quieren tener coche y un móvil de última generación. Los que siguen en el pueblo y todavía no cumplen la edad, conducen motos viejas y ruidosas. Aquí y allí.

Si uno va de ruta turística por la zona, visitará Vergina, que más que un pueblo, es un yacimiento. Es de los más conocidos de Grecia y uno no puede otra cosa que recordar la Comarca donde viven los Hobbit. Las tumbas reales son túmulos o tholos , dentro de un montículo enorme.




Veria (Βέροια): ciudad del norte de Grecia, a 75 kilómetros de Salónica hacia el oeste, conocida por su enorme cantidad de iglesias bizantinas, más de setenta, su barrio judío (Βαρβούτα) y por las predicaciones que en ella hizo el apóstol San Pablo. Se la conoce también como la “pequeñ a Jerusalén”.

Édesa (Έδεσσα): ciudad del norte de Grecia, famosa por sus grandes y hermosas cascadas.

Naousa (Ναούσα) : ciudad del norte de Grecia, conocida por sus vinos y por su bosque, lugar de turismo y de reposo.

“No m´he fet res”.: “no me he hecho nada”.

Alexandria (Αλεξάνδρια): ciudad con estación de tren a medio camino entre Salónica y Veria.

Riudecanyes: pueblo del Baix Camp conocido por su famoso pantano.


Retsina (Ρετσίνα): el vino blanco mas conocido y tradicional de Grecia que sirve para acompañ ar la comida.

Pazo: marca de uno de los vinos de ribeiro que se cultiva en gran parte de la comunidad gallega.

Evaristo: entrañ able tabernero que regentó durante muchos años el Mesón Cantábrico de Tarragona, sito en la calle Cervantes.

Kourtaki (Κουρτάκι): vino blanco de mejor calidad que los que se hacen de resina.


Boutari (Βουτάρι): vino tinto con denominación, cultivado principakmente en las viñas de Nausa.

Omplidor: carretera escoltada por árboles que va desde el pueblo de Benissante al río Ebro.

Kostas: como casi todos los griegos se llaman Kostas, a partir de ahora, cuando no sepa el nombre de alguien, así le llamaré.

Felip: conocido pastor de Benissanet.

Coc; cake inimitable de la abuela.

Cocas planas: las llamábamos así por su planície, claro. Hechas con una pasta muy rica y con azúcar quemado por encima, a la leña, no encuentran semejanza a ninguna otra que uno haya probado nunca.



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