ESCAPADA A SKIATHOS, EN LAS ESPORADAS. 6-8 AGOSTO 2008 (II).
La llegada a Skiathos se ha producido con un ligero retraso. Empieza a salir el sol. Pica desde buena mañana y no es plan de estarse por ahí dando tumbos. La agencia no abre hasta las ocho y media. El lorenzo pica desde muy pronto. Vamos vestidos de largo porque creíamos que por la noche haría fresquito. Y uno se tuesta aunque no tanto como en Salónica. Tras desayunar, dejamos la maleta y algunas pertenencias en la agencia de viajes hasta las doce del mediodía. Nos vamos a dar una vuelta. Entramos en la calle principal y en la zona turística.
La calle principal. Nos adentramos hacia el centro del pueblo. Está llena de restaurantes de comida rápida tipo gyros y tiendas de recuerdos, como en Salou. Totalmente isleñ o. Hay muchos apartamentos alquilados en temporada y algunos hoteles. Para gente joven que no puede pagarse un buen hotel, esta francamente bien. En invierno debe ser una isla muerta, eso sí. Y tranquila, imagino. Parece un pueblo pequeñ o. Las casas son bajitas y blancas, y los tejados de color. En verano la población se multiplica y los paisanos hacen negocio. Con lo que sacan de estos meses, viven todo el añ o. No es extrañ o entonces que al bajar del barco se acerque gente mayor a ofrecerte habitación. Como cuando llegas a Santiago de Compostela después de haber hecho el camino. Y si has reservado a un particular con anterioridad, no es raro que te venga a buscar al barco en su coche. Este sistema se lleva mucho en las islas y es una buena manera de mezclarse uno con la población autóctona.
El calor aprieta y no se puede pasear si no es por la sombra. Tras fotografiar algunas tabernas curiosas y echarle el ojo a una gorra, encontramos un lugar muy fresquito debajo de un pinar. Sin embrago, antes de encontrar el lugar, nos sorprende una marabunta de gente que arrasa con todo. Sale de entre la nada vestida con bañ ador, chancletas y camiseta. Toalla a la espalda, gafas de sol y paso ligero en dirección al puerto. Algo pasa y no nos enteramos. Volvemos a la zona portuaria arrastrados por la multitud y localizamos un islote al que se llega por un istmo accesible a todo el mundo. Se trata del islote de Bourtzi, que separa el puerto en dos partes. Tomamos posiciones bajo unos pinos. Hay bancos para sentarse con unas vistas maravillosas a la bahía y al pueblo. La paz sólo queda rota por el bullicio de la gente que embarca. Atrás quedó el estrés de la gran ciudad y el sofocante calor. Y es que la gente que baja en procesión se dirige a unos barquitos para turistas que hay amarrados en el puerto. Van a la playa. Las embarcaciones hacen diferentes excursiones a las playas y a los lugares que hay que visitar. Lalaria o el viejo Kastro, las cuevas de Spilia, un lugar donde nadan delfines en libertad, etc… Unas duran más que otras y es la manera más cómoda de acceder a las playas si no tienes vehículo. Tomamos las obligadas fotos y echamos un pequeñ o vistazo a la zona, aunque debido al cansancio, preferimos no movernos demasiado del lugar, porque hace fresquito y se esta divino. El tono del agua, que es clara como cuando sale de una fuente, nos deja con la boca abierta. La gama de verdes es infinita. Desde el verde claro nacen matices de verde mar, oscuro y esmeralda.
Pasado el tiempo, volvemos a la agencia donde nos devuelven las maletas y nos indican donde tenemos que ir. El trato es frío. La impresión es mala e intuyo que nos meterán en un cuchitril. El hecho de pedir un mapa y que te digan que no tienen tampoco nos parece demasiado normal. Pero claro, el negocio de los mapas lo deben tener en exclusiva los tenderetes que hay en cada esquina. En fin, decidimos darles una oportunidad. Nos indica, en el único plano que tienen, donde tenemos que ir, y a caminar tocan.
Pasamos por delante del lugar donde embarcaban antes los barquitos, que es un bonito paseo en el que también hay restaurantes y bares de copas que casi nunca cierran. Dejados atrás lo bares, debemos subir una pendiente que nos parece el Everest, porque el cansancio ha hecho mella. Curiosamente y a pesar del lío de calles, nos orientamos bien y llegamos al hotel fácilmente. Parece pequeñ o pero acogedor. A decir verdad, en la isla todos se parecen bastante. En apariencia tienen más de apartamentos que de hoteles.
Llegamos a la recepción pero la habitación no está lista y nos hacen esperar. Tomamos asiento porque hay aire acondicionado. Como el segundo día no tenemos sitio, nos han reservado en un apartamento no muy lejos de allí. Ellos se ocupan de todo. Nos dicen que no nos preocupemos. Raro. También preguntamos cómo funciona el tema de la llave, que nunca sabes si la tienes que dejar en la recepción o no, y esas cosas.
Entonces nos informan de que la habitación ya está lista. Por planta apenas deben haber cinco o seis habitaciones con numeración baja, aunque tampoco paramos a investigar. La chica nos acompañ a y abre la puerta. No saben ni nada… Las ventanas las deja abiertas la chica de la limpieza para que el cliente vea el panorama nada más entrar. Puro marketing. Espectacular. Las vistas a las bahías de Siathos y a la de Ftelias son tremendas. El mar y la luz se meten a dormir en la habitación. Todas nuestras reticencias se esfuman. Gran habitación. Dos camas grandes, espaciosa, bañ o decorado con motivos griegos, balcón con baranda metálica ornamentada y estupenda luminosidad. Algo cómodo y tradicional. Quedamos encantados. No nos esperábamos algo así y Melina casi se emociona. Las fotos que se pueden tomar sin salir del cuarto rozan la perfección luminosa y reflejan la inmensidad del mar y del cielo. Decidimos ir a comer algo para matar el gusano y volver a sobar un rato hasta la tarde. Me como un gyros y Mel una ensalada. Siesta obligadísima.
Por la tarde nos vamos a pegar el primer bañ o del viaje. Es donde estuvimos por la mañ ana, cerca de los pinos del descanso. Hay escaleras y un trampolín al mar. Nos pegamos un remojón como Dios manda rodeados de un marco incomparable. Una vez refrescados, volvemos al hotel para cambiarnos y dar una vuelta. Cenamos algo ligero -yo una crépe de nutella de fresa- y nos movemos por el interior y luego por la costa. Llegamos al ayuntamiento, a la iglesia y a la plaza del pueblo. Hay restaurantes de todo tipo con mesas en la calle. Después paseamos por la otra parte del puerto, donde se hallan los restaurantes caros, los yates, los bares musicales y demás. Realmente merece la pena. Empieza a verse gente, aunque los vampiros salen más tarde. Ahora se ven familias paseando o comiendo tan ricamente. A Skiathos van muchas familias. También van juerguistas, pero no abusan tanto de la fiesta como los que invaden Mykonos u otras islas similares. Una vez llegados al final del puerto, damos media vuelta para llegar a nuestra cita con otro barquito. Vimos horarios de embarque para una playa por la noche y no nos lo pensamos mucho. Y es muy baratito. Lo que no sabíamos era que llevaría a una playa semi privada, donde sólo acudían huéspedes de unos hoteles que había en la zona. Los pasajeros de la nave son todos clientes de los hoteles que vuelven a su playa. Y nosotros no sabemos si tenemos que volver, si nos quedaremos allí colgados o si todos volverán más tarde. Hay otro barco de vuelta al cabo de casi una hora, así que decidimos tomar algo con toda la clientela mientras esperamos.
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