Translate

viernes, 14 de mayo de 2010

Escapada a Skiathos (III)

ESCAPADA A SKIATHOS, EN LAS ESPORADAS. 6-8 AGOSTO 2008 (III).





A la mañana siguiente, madrugamos con el objetivo de coger uno de los barcos que van a las playas. Informamos a la chica de la recepción de que al otro lugar de hospedaje no llegaremos hasta las tres, que es cuando amarra la embarcación en el puerto. Nos guardan las bolsas. Frappecito casero de rigor. Embarcamos a la hora prevista, entre las nueve y las nueve y media. Vamos a hacer la ruta que recorre el Kastro, las cuevas y Lamaria, además de ir a la playa. Pero lamentablemente el patrón de la nave nos informa que, debido al estado del mar, es posible que tengamos que variar la hoja de ruta. Y efectivamente, los malos augurios se cumplen. Nos quedamos sin cueva ni Kastro. Iremos de playas. Con todo, la excursión merece la pena. Nos hacen descuento por no poder cumplir con todo lo previsto, pero a nosotros nos da igual, la verdad. Pasamos por la cueva que cita Papadiamantis en uno de sus libros más conocidos y luego nos dejan en una pequeñ a caleta -consultado el mapa con posterioridad, intuyo que estamos en el islote de Argos-, que es donde paran cuando hay mala mar. Y nos pegamos el primer bañ o del día. Sorprendentemente, la mayoría de los pasajeros, en lugar de bañarse, se estiran a dormir. Ni siquiera toman el sol. La resaca les puede. Les mata. Mel y yo, en cambio, estamos encantados con el paisaje que nos envuelve. Es una zona bastante salvaje, con rocas a uno y otro lado. Al lugar sólo puede accederse en barco y eso le da a la cala un sabor especial. Tomamos fotos y auto fotos hasta la llegada del barquito, que nos conducirá a otra playa, esta vez más grande y turística, en el islote de Tsagouria. Allí veo que la gente se desenvuelve mejor. Intuyo que vienen casi cada día a tomar las aguas. Hay barcos que vuelven regularmente a partir de la una o así. Nosotros cogeremos el de las 14:15 para llegar a la orilla a eso de las 15:00, como teníamos previsto.




La playa es medio salvaje. Hay un chiringuito donde se sirven bebidas y comidas. Hay tumbonas a ras de agua y bastante gente, aunque como es muy grande, no hay grandes aglomeraciones. Es imposible estar al sol, pero no hay problema porque hay muchos árboles que hacen sombra. Y para allá nos vamos, después de chapuzarnos. Se hallan anclados algunos pequeñ os yates y algunas lanchas. Reportaje gráfico al canto, bebida fresquita con patatas y mucha agua. Es playa de arena fina y agua transparente. Y su temperatura es ideal. Pero el sol que ma como una mala cosa. A medida que avanza la mañ ana, la gente te retira bajo el pinar. El calor no se soporta. De no haber sido por ello, me hubiera adentrado en la isla en busca de aventuras. A todo ello, se nos hace la hora casi sin darnos cuenta. De nuevo la rampa de embarque y para casa. Con las patatas y el desayuno a base de croissant aguantaremos sin comer hasta la tarde. Y como es mi cumpleaños, cenaremos prontito.




Tras un problema de logística para encontrar el apartamento, llegamos a él con retraso. Menudo apartamento. Cama de matrimonio y cama individual muy grandes, cocina equipada, nevera, bañ o completo, etcétera. Todas las comodidades para pasar unos días agradables. Lamentablemente nosotros sólo estaremos una noche. De nuevo tenemos vistas a los barquitos y el sol entra por la ventana. Es realmente bonito. Siesta de orinal y ducha hasta la tarde.




Nos ponemos guapos. Si es que no lo somos ya. Vamos a la casa-museo del escritor Papadiamantis, famoso en la isla y en toda Grecia, y luego a la parte alta de la ciudad, donde se encuentra la Plateia Trion. En la cima encontramos una iglesia con campanario y nos quedamos maravillados ante el paisaje. La digital echa humo. Desde arriba hay un mirador ocupado por las sillas de una cafetería desde donde se divisa el pueblo por el otro lado y, cómo no, la costa. Pedazo de pueblo. Parecía más pequeñ o cuando lo paseábamos. Pero no es así. Hoy muchas casitas y esta construido sobre cimas, de ahí que sus calles sean tan empinadas. La vistas hacia la zona que ya conocemos son milagrosas. El cielo sin nubes, el agua clara con sus tonos azulados, turquesa y zafir, los barquitos de pesca anclados, las personas hechas hormigas, la calle ancha, la arboleda de pinos y la limpieza y blancura del paisaje. Se respira salud y libretas. Y belleza. Y desprende olor a mar. Y sabor a mar. Descendemos porque el marisco nos espera.


Vamos a un restaurante que hay al fondo del todo del paseo. Equivocadamente pensé que era el que tenía música en vivo. Pero me pareció de los curiosos y típicos, así que allí nos posamos. Nos traen la carta, pero me parece escasa, aunque pedimos algo de ella. Ensalada, pulpo, sardinas y vinito, si no recuerdo mal. Nos informa el camarero que podemos pedir alguno de los pescados o mariscos que hay dentro del hielo de la entrada. Es como el típico muestrario de las pescaderías donde los bogavantes mueven todavía sus pinzas. Nos dice que si queremos algo de allí, debemos escogerlo. Y para allá me voy. Elijo uno que se llama chipura o algo así, una especie de trucha típica de la zona. Y lo curioso es que lo traen pescado de un lago, no del mar. El camarero no nos informa de su precio. Además, el tipo me saca el más pesado que tiene. Yo, que no me entero, le digo que me ponga ese mismo.




Al cabo de un rato, nos percatamos de que una pareja que hay a nuestro lado ha pedido un pescado similar y que vale noventa euros nada mas y nada menos. A ellos también les ha tomado el pelo. Entonces, temiéndome el palo y sobre todo el no llevar suficiente dinero para pagar, encima siendo el día de mi cumpleañ os, me dirijo al camarero con el objetivo de evitar un ridículo sonrojante. Con mi inglés de pueblo le pregunto cuánto cuesta mi pescado y me suelta que cincuenta euros el kilo. Resulta que el mío pesa un huevo y medio. Le digo que no lo ponga porque estoy sin blanca, aunque no sea verdad. Me dice que el pescado ya esta siendo cocinado. Total, que cabizbajo vuelvo a la mesa y le comento a Mel lo sucedido. En fin, de otras peores hemos salido. Además, me consuelo pensando que al de la mesa de al lado, con el que Melina entabla diálogo ante la situación, le han sacudido más que a mí. Pues nada, que al cabo de un rato sacan al pobre pescado sacrificado, abierto en canal, sobre una enorme fuente aderezada con verduritas. Está rico de verdad, el condenado, pero sesenta euros no los vale un bicho de esos, venga de donde venga. O esa es mi opinión, claro. Un día es un día, y el pobre diablo está nadando en mi estómago con los vegetales que la cubren en menos de diez minutos. Buen bocado, pardiez. Y aunque golpeó las arcas del reino, no hubo que recurrir a la visa, que , no suelen aceptar, como ya dije.



Tras la comilona, vamos de paseo y empezamos a ver, esta vez sí, a la gente que sale de marcha. Mucho ambiente. Se juntan los mayores y los jóvenes. Los restaurantes y los lugares de ocio echan chispas. Arde la noche en la isla. Cuando nos damos cuenta, casi son las once. Decidimos no trasnochar más porque el barco sale a las seis de la mañana. El madrugón va a ser de aúpa.



Casi a las cinco suena el despertador. Hay que arrastrar a Mel, a quien el Retsina no le sentó muy bien. A mi tampoco, la verdad. La falta de costumbre. Y casi por intuición, calle abajo a buscar el ferry. Dejamos la llave en la misma puerta. El ferry llega de nuevo con retraso y subimos con las pocas fuerzas que nos quedan, esperando encontrar un buen sitio. Por desgracia y como era de esperar, el barco viene desde Creta, con lo que muchos pasajeros están durmiendo. Finalmente, encontramos un buen sitio donde podemos pasar las últimas horas del viaje recostados. Llegamos a Salónica pasado el mediodía, cuando el aterrador sol de la ciudad te quema las entrañas. Por suerte, el bus no tarda en llegar. Se acabó lo que se daba. Un viaje estupendo y recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de una isla griega no masificada, donde uno se lo puede pasar bien con los amigos, la pareja o la familia.



FIN.


Escapada a Skiathos (II)


ESCAPADA A SKIATHOS, EN LAS ESPORADAS. 6-8 AGOSTO 2008 (II).




La llegada a Skiathos se ha producido con un ligero retraso. Empieza a salir el sol. Pica desde buena mañana y no es plan de estarse por ahí dando tumbos. La agencia no abre hasta las ocho y media. El lorenzo pica desde muy pronto. Vamos vestidos de largo porque creíamos que por la noche haría fresquito. Y uno se tuesta aunque no tanto como en Salónica. Tras desayunar, dejamos la maleta y algunas pertenencias en la agencia de viajes hasta las doce del mediodía. Nos vamos a dar una vuelta. Entramos en la calle principal y en la zona turística.



La calle principal. Nos adentramos hacia el centro del pueblo. Está llena de restaurantes de comida rápida tipo gyros y tiendas de recuerdos, como en Salou. Totalmente isleñ o. Hay muchos apartamentos alquilados en temporada y algunos hoteles. Para gente joven que no puede pagarse un buen hotel, esta francamente bien. En invierno debe ser una isla muerta, eso sí. Y tranquila, imagino. Parece un pueblo pequeñ o. Las casas son bajitas y blancas, y los tejados de color. En verano la población se multiplica y los paisanos hacen negocio. Con lo que sacan de estos meses, viven todo el añ o. No es extrañ o entonces que al bajar del barco se acerque gente mayor a ofrecerte habitación. Como cuando llegas a Santiago de Compostela después de haber hecho el camino. Y si has reservado a un particular con anterioridad, no es raro que te venga a buscar al barco en su coche. Este sistema se lleva mucho en las islas y es una buena manera de mezclarse uno con la población autóctona.




El calor aprieta y no se puede pasear si no es por la sombra. Tras fotografiar algunas tabernas curiosas y echarle el ojo a una gorra, encontramos un lugar muy fresquito debajo de un pinar. Sin embrago, antes de encontrar el lugar, nos sorprende una marabunta de gente que arrasa con todo. Sale de entre la nada vestida con bañ ador, chancletas y camiseta. Toalla a la espalda, gafas de sol y paso ligero en dirección al puerto. Algo pasa y no nos enteramos. Volvemos a la zona portuaria arrastrados por la multitud y localizamos un islote al que se llega por un istmo accesible a todo el mundo. Se trata del islote de Bourtzi, que separa el puerto en dos partes. Tomamos posiciones bajo unos pinos. Hay bancos para sentarse con unas vistas maravillosas a la bahía y al pueblo. La paz sólo queda rota por el bullicio de la gente que embarca. Atrás quedó el estrés de la gran ciudad y el sofocante calor. Y es que la gente que baja en procesión se dirige a unos barquitos para turistas que hay amarrados en el puerto. Van a la playa. Las embarcaciones hacen diferentes excursiones a las playas y a los lugares que hay que visitar. Lalaria o el viejo Kastro, las cuevas de Spilia, un lugar donde nadan delfines en libertad, etc… Unas duran más que otras y es la manera más cómoda de acceder a las playas si no tienes vehículo. Tomamos las obligadas fotos y echamos un pequeñ o vistazo a la zona, aunque debido al cansancio, preferimos no movernos demasiado del lugar, porque hace fresquito y se esta divino. El tono del agua, que es clara como cuando sale de una fuente, nos deja con la boca abierta. La gama de verdes es infinita. Desde el verde claro nacen matices de verde mar, oscuro y esmeralda.

Pasado el tiempo, volvemos a la agencia donde nos devuelven las maletas y nos indican donde tenemos que ir. El trato es frío. La impresión es mala e intuyo que nos meterán en un cuchitril. El hecho de pedir un mapa y que te digan que no tienen tampoco nos parece demasiado normal. Pero claro, el negocio de los mapas lo deben tener en exclusiva los tenderetes que hay en cada esquina. En fin, decidimos darles una oportunidad. Nos indica, en el único plano que tienen, donde tenemos que ir, y a caminar tocan.



Pasamos por delante del lugar donde embarcaban antes los barquitos, que es un bonito paseo en el que también hay restaurantes y bares de copas que casi nunca cierran. Dejados atrás lo bares, debemos subir una pendiente que nos parece el Everest, porque el cansancio ha hecho mella. Curiosamente y a pesar del lío de calles, nos orientamos bien y llegamos al hotel fácilmente. Parece pequeñ o pero acogedor. A decir verdad, en la isla todos se parecen bastante. En apariencia tienen más de apartamentos que de hoteles.

Llegamos a la recepción pero la habitación no está lista y nos hacen esperar. Tomamos asiento porque hay aire acondicionado. Como el segundo día no tenemos sitio, nos han reservado en un apartamento no muy lejos de allí. Ellos se ocupan de todo. Nos dicen que no nos preocupemos. Raro. También preguntamos cómo funciona el tema de la llave, que nunca sabes si la tienes que dejar en la recepción o no, y esas cosas.



Entonces nos informan de que la habitación ya está lista. Por planta apenas deben haber cinco o seis habitaciones con numeración baja, aunque tampoco paramos a investigar. La chica nos acompañ a y abre la puerta. No saben ni nada… Las ventanas las deja abiertas la chica de la limpieza para que el cliente vea el panorama nada más entrar. Puro marketing. Espectacular. Las vistas a las bahías de Siathos y a la de Ftelias son tremendas. El mar y la luz se meten a dormir en la habitación. Todas nuestras reticencias se esfuman. Gran habitación. Dos camas grandes, espaciosa, bañ o decorado con motivos griegos, balcón con baranda metálica ornamentada y estupenda luminosidad. Algo cómodo y tradicional. Quedamos encantados. No nos esperábamos algo así y Melina casi se emociona. Las fotos que se pueden tomar sin salir del cuarto rozan la perfección luminosa y reflejan la inmensidad del mar y del cielo. Decidimos ir a comer algo para matar el gusano y volver a sobar un rato hasta la tarde. Me como un gyros y Mel una ensalada. Siesta obligadísima.



Por la tarde nos vamos a pegar el primer bañ o del viaje. Es donde estuvimos por la mañ ana, cerca de los pinos del descanso. Hay escaleras y un trampolín al mar. Nos pegamos un remojón como Dios manda rodeados de un marco incomparable. Una vez refrescados, volvemos al hotel para cambiarnos y dar una vuelta. Cenamos algo ligero -yo una crépe de nutella de fresa- y nos movemos por el interior y luego por la costa. Llegamos al ayuntamiento, a la iglesia y a la plaza del pueblo. Hay restaurantes de todo tipo con mesas en la calle. Después paseamos por la otra parte del puerto, donde se hallan los restaurantes caros, los yates, los bares musicales y demás. Realmente merece la pena. Empieza a verse gente, aunque los vampiros salen más tarde. Ahora se ven familias paseando o comiendo tan ricamente. A Skiathos van muchas familias. También van juerguistas, pero no abusan tanto de la fiesta como los que invaden Mykonos u otras islas similares. Una vez llegados al final del puerto, damos media vuelta para llegar a nuestra cita con otro barquito. Vimos horarios de embarque para una playa por la noche y no nos lo pensamos mucho. Y es muy baratito. Lo que no sabíamos era que llevaría a una playa semi privada, donde sólo acudían huéspedes de unos hoteles que había en la zona. Los pasajeros de la nave son todos clientes de los hoteles que vuelven a su playa. Y nosotros no sabemos si tenemos que volver, si nos quedaremos allí colgados o si todos volverán más tarde. Hay otro barco de vuelta al cabo de casi una hora, así que decidimos tomar algo con toda la clientela mientras esperamos.


Es una mini playa para turistas de hotel. Sólo hay dos restaurantes grandes donde se practica el karaoke con unas mesas bonitas bien decoradas. Esta prácticamente lleno. Inspeccionamos la zona aunque no hay mucho que ver porque la playa y los hoteles están pegados. Como está oscuro, tampoco queremos adentrarnos en la zona desconocida. Un té frío y una cola sacian nuestra sed hasta la llegada del barquito. Subimos en el embarcadero y nos percatamos de que somos los únicos pasajeros, junto con una chica. Ya en el puerto, es hora de ir a dormir porque el día ha sido duro por culpa de no haber podido pegar ojo durante la noche.


Escapada a Skiathos (I)

ESCAPADA A SKIATHOS, EN LAS ESPORADAS. 6-8 AGOSTO 2008 (1).



Y de entre la infinidad de islas que existen en el territorio, nos inclinamos por Skiathos. La guía Lonely Planet, que es casi como la Biblia porque todo buen turista la lleva consigo, la pone bastante bien. Dice que en verano se llena de grupos de turistas, pero no es tan conocida como y otras y por lo tanto no estará tan masificada. Parece que hay buena combinación tanto de autobuses como de trenes. Reservamos hotel y pagamos por adelantado la primera noche vía transferencia bancaria. La segunda noche la tendremos que pasar en un apartamento.






Al haber hecho la reserva a última hora y por la manera de atendernos por teléfono, no veíamos muy claro el tema del hotel. No aceptan tarjetas visa. Puedes reservar, pero si llegas y alguien ha pagado la habitación antes que tú, te la quitan. Así que hay que ingresar un anticipo, en este caso de la primera noche para asegurarse el alojamiento. Y ya veremos como va…


Y se nos ocurre bajar al mar, cerca del puerto, donde están las agencias marítimas de Salónica. Resulta que hay ferry a Skiathos. ¡ Y es baratísimo! Sale a las 24:00 del día siguiente. Decidido, no se hable más. Como hay que estar una horita antes, vamos a cenar al Goody’s que hay en el paseo marítimo para estar cerca. Y de allí al ferry.


A primera vista, me parece un barco francamente grande. Nunca había viajado en ninguno así. Lo máximo, los trasbordadores de Deltebre y similares. La gente te acumula en los alrededores. A embarcar tocan. Se forma la inevitable cola. También embarcan coches y motos. Va directo a Skiathos, así que la gente corre para coger sitio. Como habíamos comprado los billetes de los últimos, no había cabinas disponibles.



A grandes rasgos, el interior del barco lo forman dos compartimentos gigantes donde viaja la mayoría del pasaje, la zona de los camarotes, el bar y poco más.

Nosotros, como no podía ser de otra forma, viajamos en la zona económica. Donde viaja el pueblo y se mete la juventud. Somos los que pagamos lo mínimo posible. Algunos preferirán dormir a la intemperie porque por la noche la temperatura es soportable. Y con unas provisiones y compañ ía agradable, la noche pasa rápido.

Son siete horas de viaje salvo retrasos. Es francamente confortable. Los espacios son amplios y los asientos bastante cómodos. Está prácticamente lleno. En el exterior se acumula gente que prefiere mirar el paisaje o dormir al raso tras beberse unas cervezas. Pero claro, siete horas son siete horas, y encima de noche. Nunca encuentra uno la posición. Además, el olor a compañ erismo se incrementa con el paso de las horas. ¡ Hay que ducharse antes de subir, hombres de Dios!


Después de los dos compartimentos grandes hay una recepción como las de los hoteles, donde el recepcionista adjudica las cabinas. Los que pagan. Los camerinos están debajo y se accede a ellos por unas escaleras.

El bar está al fondo a la derecha. A los cinco minutos ya está abarrotado, con gente estirada en los sofás dispuesta a pasar allí la noche. Y nadie les dice nada. En unos minutos olerá a pies, a café y a mortadela.El ferry es enorme y a pesar de navegar francamente deprisa, no se nota el oleaje. Los que tiendan a marearse en el mar, no tendrán problemas. El pasillo es ancho pero la gente no tiene paciencia y choca por culpa de la dichosa prisa. La gente va y viene, grita, pasa, se asoma a un compartimento y gruñe, busca a la prima que se ha perdido, habla con el botones, se dirige al bar, etc…





Las maletas no caben en los compartimentos y no hay taquillas, así que cada uno las pone donde buenamente puede. La puerta casi queda bloqueada. Mucha gente lo que hace es dejar la maleta donde sea, coger la cartera y directa al bar. Como hace la tuna, vamos. Empieza a oler a tigre. La gente te descalza. Incluso hay alguno que no hace más que pasearse, que se ha quitado la camiseta. Parece una inmensa comuna hippie.


Al cabo de un rato, el capitán anuncia que nos vamos. Aun así, la gente sigue entrando y saliendo, buscando no se sabe muy bien qué, hablando por el móvil a gritos, jugando a las cartas, intentando ligar de buenas a primeras…. Se zarpa con un ligerísimo retraso, pero hasta bien pasada una hora o así, la gente no se habrá aposentado. Las hay que no hacen otra cosa que entrar y salir durante las siete horas luciendo palmito. Mareante.


Y como no hay manera de sobar, me dedico a observar. Nunca dejéis de observar. Hay tele, pero está rota. Hay cuadros que son fotos de ferrys, bebidas raras en unas vitrinas que valen un huevo y gente joven. Son prácticamente todos griegos. No sólo se adivina por el idioma, sino también por la forma de desenvolverse. No les importa ocupar el espacio de otra persona si esta se va un minuto al baño.


Y algunos se tumban invadiendo tres o cuatro asientos. Los de atrás juegan a las cartas, un grupo de chicas no para de entrar y salir, bloqueando la puerta. A lo lejos se oyen carcajadas, veo que aparecen los primeros mp3 y esas cosas. A las griegas se las distingue por ir peinadas de peluquería y por llevar las uñ as pintadas. Visitaron a la esteticién por la mañ ana y se hicieron lavado de cutis y manicura. Lucirán algún collar y algún anillo. La piedra, como más grande y llamativa, mejor.



Muchas irán maquilladas aunque como son siete horas de viaje, otras preferirán hacerlo por la mañ ana. Además, estrenarán un vestidito fresquito que habrán comprado el día anterior. Sobre todo que la ropa no tape el tatuaje insinuante que me hice después de Navidad, porque si no lo enseñ o ahora, nunca lo haré. Por su parte, los chicos vestirán modernillos, muy a la italiana.


Me gusta el ambiente de juventud que se respira, aunque a todos ya les saco más de diez añ os… Suelen ser universitarios que van a pasar unos días con los amigos a una isla de las suyas. Por lo que veo, el turismo interior es el que más practican los griegos. No necesitan salir fuera porque aquí tienen mucho por descubrir. A una islita a desconectar y para la gran ciudad de nuevo a matar el tiempo.


Como la gente no deja de tocar los huevos, salgo a pasear. Primero me asomo a la recepción y veo que la cola es escasa. Los sofás se han llenado de gente que juega a las cartas o bebe frappé. Veo tablis por ahí.

El bar es generoso. Hay televisión y muchas mesas. Los sillones que las rodean están casi todos ocupados por gente que toma algo o cena. Hay cola en la barra. Al entrar te da la impresión de que todo el mundo te mira. Pasa siempre que entras en algún bar, aquí o en las Barbados. Pero como tras el bar no hay nada, vuelves sobre tus pasos y vas a la parte trasera, que es exterior. Hay gente tirando fotos o tomando café. Los previsores trajeron bocadillos y botellines de agua. Incluso en alguna esquina alguien se está preparando la cama. Trajo esterilla y manta. A vagabundear.

Unas escaleras te conducen a la parte superior donde tienes bonitas vistas de la luna y de la costa de Salónica que va quedando atrás. Luego, la oscuridad. Está lleno de bancos y mucha gente te tumba en ellos para dormir. Hay un techo que impediría que la gente te mojase en caso de lluvia, aunque no se si, llegado el caso, sería demasiado efectivo. Y al final de todo, otra barra que no deja de servir cerveza fría y frappé.




Van pasando las horas y no hay manera de ponerse. El codo me molesta, el culo se me está quedando cuadrado, los de atrás no dejan de hablar, etc… Es difícil congeniar el sueñ o. Mucha gente del pasaje de estira en el suelo porque es moqueta. Se ven sacos de dormir y esterillas. Debe ser gente que ya ha viajado y conoce el tema.

Harto de que grupos de gente pasen por delante una y otra vez tropezando por las maletas y dando saltos, uno saca el mp3 y decide escuchar a los Sabandeñ os. Para calmar la ansiedad, más que nada. Divino. Y a las siete a ver la salida del sol y a pegar una meadita. Casi vomito, no por estar mareado, sino por el olor de los lavabos del barco. Aguanto la respiración, meo y me meto debajo del chorro. La gente va despertando y lo de siempre. Las jodidas prisas. El pasillo bloqueado absurdamente cuando el barco todavía no ha parado. Y como el menda estaba echando fotos se las tiene que ingeniar para llegar al compartimento. Se recorre uno el barco en dirección a la cabina y baja las escaleras. Se entra en el bar por el otro lado y caminando se llega al rescate de las pertenencias, algunas soterradas. Pasillo bloqueado por gente que lleva siete horas sin dormir… y sin ducharse… Olor a sudor por todos lados. Peste. Y alguien se deja la puerta del lavabo abierta. Hedor hiriente.




Hay pasajeros que viajan hasta Creta. Lo que les queda es todavía mucho, pero para nosotros el viaje de ida ha concluido. Nada como una bougatsa o un croissant de chocolate como los de aquí -gigantesco- más un frappé o un zumo, para ponerse las pilas.





De Iglesias



Muchas tardes tengo la sana costumbre de “ir de iglesias”. Como la ciudad es muy grande y arrastra una historia envidiable, posee una cantidad muy generosa de iglesias bizantinas. Es más, hoy en día se siguen construyendo.

Son todas muy parecidas tanto en su interior como en su exterior. Presentan mismas formas y colores, aunque cada una tiene una peculiaridad que la distingue de las otras. Pero otro día profundizamos en ello.

Como decía, hay tantas iglesias que uno no puede abarcarlas todas del tirón. Necesitaría más de una semana para verlas todas o casi todas. Consecuentemente, se trata de ir peinando zonas. Un día al este, otro al oeste, a la zona centro, cerca del mar, hacia el barrio de Kalamariá, hacia la estación, etcétera.

Tratar de hacer fotos al máximo número de iglesias posibles era mi objetivo.

Las del centro son las más conocidas, como es lógico, aunque si uno se pone a contar, pasa por delante de casi una decena de iglesias cada día, que no es poco. Y no entra en ninguna, todavía no sé muy bien porqué. Pero yo no soy de esos y fuerzo la puerta del templo si hace falta.


Las naves más significativas de la ciudad ya fueron visitadas meses atrás, pero uno vuelve de vez en cuando para observar nuevos detalles. La cantidad de iconos es abrumadora, la orfebrería que esconden los templos y las lámparas gigantescas que los iluminan hacen que uno se quede ensimismado tratando de descubrir nuevas miniaturas que pasaron por alto en una visita anterior. Los mosaicos me cautivan. Esas teselas, generalmente semienterradas, que dejan entrever la figura de algún santo o la imagen de Nuestro Señor, son el no va más. Uno se entretiene en buscar un significado, en dibujar en la mente cómo diablos debía terminar la figura de aquel caballo o que escondía la cara rayada de aquel personaje. Los mosaicos de Agios Dimitrios, aunque escasos, son prueba de lo que digo. Son testigos mudos de la historia del mundo bizantino y de la ciudad. A simple vista se observan restos oscurecidos fruto del terrorífico incendio del 17. También detalles diminutos que fueron descubiertos bajo algún mural pintado por los turcos durante la ocupación. Arte e historia siempre unidos de la mano. De obligada visita son también los mosaicos que quedan en el antiguo Palacio de Constantino, en la Plaza Navarinou, en pleno centro de la ciudad.

La historia ha sido cruel con la ciudad. Se han cebado con ella las guerras y las tragedias naturales. Muchas veces la iglesia se construyó sobre otra más antigua que quedó en ruinas tras algún bombardeo. Un terremoto que causó estragos obligó a restaurar lo poco que quedaba de aquella otra. Un sinfín de catástrofes, anécdotas o simplemente la caprichosa historia que ha querido que la evolución de las iglesias bizantinas sea ésta y no otra. Las criptas y las capillas más viejas que han quedado intactas, son una reliquia que hay que mantener al precio que sea. Dan una idea de lo que debió ser aquello en su época de máximo apogeo.

Pues esta vez me fui hacia arriba. Había hecho un par de incursiones, pero no llevaba la cámara encima. Y allá que me voy. La pendiente es considerable y la cantidad de casas y calles hace de la zona un autentico laberinto. La opción fácil es la de seguir la carretera por la que no paran de subir y bajar coches, motos y autobuses. Pero como siempre pasa en esta ciudad, las aceras están repletas de coches aparcados sin la menor consideración. En consecuencia, uno se ve obligado a pisar el asfalto en muchas ocasiones, con el peligro que ello conlleva. Además, la carreterita de marras no sigue una línea recta. Rodea la muralla hasta llegar a la cima. A ello hay que añ adir que muchas de las iglesias, que es lo que interesa, se hallan en lugares recónditos. Muchas veces las descubre uno sin querer. Eso es lo divertido del asunto.

En primer lugar localicé las naves que son más grandes o más fáciles de encontrar, que generalmente se ven desde alguna calle transitada. En Salónica uno debe prestar mucha atención en los cruces de calles, no sólo por el peligro que uno corre de ser atropellado, sino también porque suelen verse iglesias en las esquinas de las manzanas. En la zona norte hay descampados y casas en ruinas que pueden confundirte. Divisas una zona limpia de casas y te acercas esperando descubrir algo sorprendente, pero te encuentras unas gatos vagabundos tumbados panza arriba.


Una vez que uno entra en los callejones, puede desorientarse porque al estar construidos en pendiente, los edificios te cubren la visión de las otras calles. Asimismo, uno puede encontrar algún jardín interesante de alguna viuda rica, alguna casa pintoresca o alguna capillita.

Mi primer objetivo era llegar a San Nicolás y volver a la de los Doce Apóstoles. Además, recordaba otra que había relativamente cerca que estaba en obras. Pero encaro la calle errónea y no la encuentro. Buen comienzo. Sigo subiendo y llego a la que yo creía que se llamaba de los Doce Apóstoles. En la entrada leo Ieros Byzantino Naos Taxiarjon. Hago las respectivas fotos y continúo la excursión. No me decido a entrar a la parte inferior de la iglesia, donde hay una altar precioso y una especie de capilla, no sea que me salga el monje del otro día. Había estado otro día por allí cuando se hacía oscuro, y de no sé donde apareció un monje que me pegó un susto de muerte. Y encima llevaba una melena casi hasta el culo.

Para llegar a San Nicolás tengo que descender ligeramente. Lamentablemente vuelvo a perder el norte. Me equivoco de calle y bajo demasiado. Me muevo al este y encuentro una plaza que me suena del otro día. Llamó mi atención porque estaba llena de pintadas a favor del Iraklis, cuando la ciudad la pintan los del Paok o los del Aris. Mi olfato me dice que ando cerca y esta vez acierto.

Me planto en la puerta, pero esta cerrada. Y es que para llegar hay que cruzar un jardín que guarda una valla con verja. Me irrito. La puerta tiene echado el candado. El letrero reza que esta abierto de lunes a viernes casi todo el día, horario de misas y demás. Estoy en hora de visita, pero allí no se ve a nadie. Misión fracasada. Para colmo, es imposible hacer alguna foto decente porque los árboles tapan la entrada. Busco una puerta trasera. Rodeo el jardín y encuentro otra puerta, también cerrada, aunque le permite a uno ver la iglesia desde atrás. No quepo. Apenas puedo meter la mano, sujetar la cámara y darle al botón. Más vale eso que nada.

Retomo el viaje buscando nuevos monumentos. Ahora quiero llegar a una de las iglesias más espectaculares de la ciudad, por su localización privilegiada. Desafortunadamente, por el camino, no encuentro ninguna otra. Eso sí, disfruto de unas bonitas vistas de Salónica. Escapo del laberinto y llego a la carretera que une el centro de la ciudad con un bosque, el zoológico y algunos barrios residenciales. Observo la muralla turca y paseo lentamente en dirección a la iglesia anteriormente citada. Desde lejos luce espectacular.


Agios Pablos es más grande que las otras. Y muy alta. Y muy moderna. Demasiado moderna para mi gusto. Tan nueva que ni siquiera está acabada. Los arcos en los que acaban las columnas están muy arriba y hacen que el espacio interior se amplio. Sorprendido tras ver que sigue en construcción, sigo la visita. No me acaba de convencer tampoco el interior. Por muchas pinturas bizantinas y algún que otro icono, las paredes están demasiado blancas. Y pobres en decoración. Supongo que es cuestión de tiempo para que luzcan esplendorosas. Una iglesia que no huele a incienso ni a cera de velas que se queman, no es una iglesia. Prefiero las iglesias llenas, cargadas de simbolismo, con las paredes sucias, heridas por el tiempo. Con todo, hago alguna que otra foto de calidad y contemplo la inimitable puesta de sol desde la salida.

Muy cerca de ésta se halla la antigua Iglesia del Apóstol Pablo, de 1920. Pero no se puede entrar y saco una foto desde el muro. Decido regresar. Si encuentro alguna otra, cojonudo, pero si no, no pasa nada.

Casi enfrente de la del Apóstol Pablo, hay otra iglesia en ruinas en la que no veo placa alguna que la identifique. Está en restauración. Nada más sacar la foto, resbalo y casi me caigo. He pisado mierda. Y no sólo eso. La arrastré unos metros y encima es de las blandas. Tras cagarme en el perro y en su dueñ o, levanto la planta con disimulo para curiosear. Horroroso. Pisé con fundamento. La pieza era crujiente por fuera, pero cremosa por dentro, como las croquetas del cocinero de la tele. Encima, la planta de mi zapato no es de las planas. La mierda penetró en las grietas y en los pliegues concienzudamente. Busco algún escalón donde poder restregar. El remedio es peor que la enfermedad. Intuyo que el regalo debe ser reciente. Huele. Incluso estando al aire libre y con brisa, a uno se le mete el hedor en los agujeros de la nariz. Frota que frotarás, pero el pastel se agarró al pie y sigue desprendiendo peste. Lógicamente, sigo arrastrando el pie con disimulo, pero no hay manera. Paso cerca de una terraza con unas vistas al golfo maravillosas, pero no puedo parar a tomar nada por no herir al camarero.

Sigo por las callejuelas buscando poder sentarme en algún lugar para meter un palito por entre los pliegues de la goma del zapato. Y así lo hago. Va saliendo, pero la peste no huye. No es cobarde. Cuando veo que más o menos la cosa está limpia, encaro la carreterita que me conducirá a casa. Piso un charquito que hay en la acera y me dejo resbalar. Y a pesar de todo, yo sigo oliendo a caca.

Cuando llego cerca de casa, caigo en la cuenta de que la iglesia que no localicé al principio de la escapada, está apenas a un minuto de allí. La encuentro y la fotografío desde fuera. Anteriormente pasé por Osios David, aunque tampoco estaba abierta.

Llegué a casa con las orejas gachas. Salí a la terraza y puse el zapato en agua tras quitar algunos restos de mierda que seguían ahí, agarrados a su presa. El zapato durmió al aire libre esa noche y yo me puse a escribir para que quede constancia.