ESCAPADA A SKIATHOS, EN LAS ESPORADAS. 6-8 AGOSTO 2008 (III).
A la mañana siguiente, madrugamos con el objetivo de coger uno de los barcos que van a las playas. Informamos a la chica de la recepción de que al otro lugar de hospedaje no llegaremos hasta las tres, que es cuando amarra la embarcación en el puerto. Nos guardan las bolsas. Frappecito casero de rigor. Embarcamos a la hora prevista, entre las nueve y las nueve y media. Vamos a hacer la ruta que recorre el Kastro, las cuevas y Lamaria, además de ir a la playa. Pero lamentablemente el patrón de la nave nos informa que, debido al estado del mar, es posible que tengamos que variar la hoja de ruta. Y efectivamente, los malos augurios se cumplen. Nos quedamos sin cueva ni Kastro. Iremos de playas. Con todo, la excursión merece la pena. Nos hacen descuento por no poder cumplir con todo lo previsto, pero a nosotros nos da igual, la verdad. Pasamos por la cueva que cita Papadiamantis en uno de sus libros más conocidos y luego nos dejan en una pequeñ a caleta -consultado el mapa con posterioridad, intuyo que estamos en el islote de Argos-, que es donde paran cuando hay mala mar. Y nos pegamos el primer bañ o del día. Sorprendentemente, la mayoría de los pasajeros, en lugar de bañarse, se estiran a dormir. Ni siquiera toman el sol. La resaca les puede. Les mata. Mel y yo, en cambio, estamos encantados con el paisaje que nos envuelve. Es una zona bastante salvaje, con rocas a uno y otro lado. Al lugar sólo puede accederse en barco y eso le da a la cala un sabor especial. Tomamos fotos y auto fotos hasta la llegada del barquito, que nos conducirá a otra playa, esta vez más grande y turística, en el islote de Tsagouria. Allí veo que la gente se desenvuelve mejor. Intuyo que vienen casi cada día a tomar las aguas. Hay barcos que vuelven regularmente a partir de la una o así. Nosotros cogeremos el de las 14:15 para llegar a la orilla a eso de las 15:00, como teníamos previsto.
La playa es medio salvaje. Hay un chiringuito donde se sirven bebidas y comidas. Hay tumbonas a ras de agua y bastante gente, aunque como es muy grande, no hay grandes aglomeraciones. Es imposible estar al sol, pero no hay problema porque hay muchos árboles que hacen sombra. Y para allá nos vamos, después de chapuzarnos. Se hallan anclados algunos pequeñ os yates y algunas lanchas. Reportaje gráfico al canto, bebida fresquita con patatas y mucha agua. Es playa de arena fina y agua transparente. Y su temperatura es ideal. Pero el sol que ma como una mala cosa. A medida que avanza la mañ ana, la gente te retira bajo el pinar. El calor no se soporta. De no haber sido por ello, me hubiera adentrado en la isla en busca de aventuras. A todo ello, se nos hace la hora casi sin darnos cuenta. De nuevo la rampa de embarque y para casa. Con las patatas y el desayuno a base de croissant aguantaremos sin comer hasta la tarde. Y como es mi cumpleaños, cenaremos prontito.
Tras un problema de logística para encontrar el apartamento, llegamos a él con retraso. Menudo apartamento. Cama de matrimonio y cama individual muy grandes, cocina equipada, nevera, bañ o completo, etcétera. Todas las comodidades para pasar unos días agradables. Lamentablemente nosotros sólo estaremos una noche. De nuevo tenemos vistas a los barquitos y el sol entra por la ventana. Es realmente bonito. Siesta de orinal y ducha hasta la tarde.
Nos ponemos guapos. Si es que no lo somos ya. Vamos a la casa-museo del escritor Papadiamantis, famoso en la isla y en toda Grecia, y luego a la parte alta de la ciudad, donde se encuentra la Plateia Trion. En la cima encontramos una iglesia con campanario y nos quedamos maravillados ante el paisaje. La digital echa humo. Desde arriba hay un mirador ocupado por las sillas de una cafetería desde donde se divisa el pueblo por el otro lado y, cómo no, la costa. Pedazo de pueblo. Parecía más pequeñ o cuando lo paseábamos. Pero no es así. Hoy muchas casitas y esta construido sobre cimas, de ahí que sus calles sean tan empinadas. La vistas hacia la zona que ya conocemos son milagrosas. El cielo sin nubes, el agua clara con sus tonos azulados, turquesa y zafir, los barquitos de pesca anclados, las personas hechas hormigas, la calle ancha, la arboleda de pinos y la limpieza y blancura del paisaje. Se respira salud y libretas. Y belleza. Y desprende olor a mar. Y sabor a mar. Descendemos porque el marisco nos espera.
Vamos a un restaurante que hay al fondo del todo del paseo. Equivocadamente pensé que era el que tenía música en vivo. Pero me pareció de los curiosos y típicos, así que allí nos posamos. Nos traen la carta, pero me parece escasa, aunque pedimos algo de ella. Ensalada, pulpo, sardinas y vinito, si no recuerdo mal. Nos informa el camarero que podemos pedir alguno de los pescados o mariscos que hay dentro del hielo de la entrada. Es como el típico muestrario de las pescaderías donde los bogavantes mueven todavía sus pinzas. Nos dice que si queremos algo de allí, debemos escogerlo. Y para allá me voy. Elijo uno que se llama chipura o algo así, una especie de trucha típica de la zona. Y lo curioso es que lo traen pescado de un lago, no del mar. El camarero no nos informa de su precio. Además, el tipo me saca el más pesado que tiene. Yo, que no me entero, le digo que me ponga ese mismo.
Al cabo de un rato, nos percatamos de que una pareja que hay a nuestro lado ha pedido un pescado similar y que vale noventa euros nada mas y nada menos. A ellos también les ha tomado el pelo. Entonces, temiéndome el palo y sobre todo el no llevar suficiente dinero para pagar, encima siendo el día de mi cumpleañ os, me dirijo al camarero con el objetivo de evitar un ridículo sonrojante. Con mi inglés de pueblo le pregunto cuánto cuesta mi pescado y me suelta que cincuenta euros el kilo. Resulta que el mío pesa un huevo y medio. Le digo que no lo ponga porque estoy sin blanca, aunque no sea verdad. Me dice que el pescado ya esta siendo cocinado. Total, que cabizbajo vuelvo a la mesa y le comento a Mel lo sucedido. En fin, de otras peores hemos salido. Además, me consuelo pensando que al de la mesa de al lado, con el que Melina entabla diálogo ante la situación, le han sacudido más que a mí. Pues nada, que al cabo de un rato sacan al pobre pescado sacrificado, abierto en canal, sobre una enorme fuente aderezada con verduritas. Está rico de verdad, el condenado, pero sesenta euros no los vale un bicho de esos, venga de donde venga. O esa es mi opinión, claro. Un día es un día, y el pobre diablo está nadando en mi estómago con los vegetales que la cubren en menos de diez minutos. Buen bocado, pardiez. Y aunque golpeó las arcas del reino, no hubo que recurrir a la visa, que , no suelen aceptar, como ya dije.
Tras la comilona, vamos de paseo y empezamos a ver, esta vez sí, a la gente que sale de marcha. Mucho ambiente. Se juntan los mayores y los jóvenes. Los restaurantes y los lugares de ocio echan chispas. Arde la noche en la isla. Cuando nos damos cuenta, casi son las once. Decidimos no trasnochar más porque el barco sale a las seis de la mañana. El madrugón va a ser de aúpa.
Casi a las cinco suena el despertador. Hay que arrastrar a Mel, a quien el Retsina no le sentó muy bien. A mi tampoco, la verdad. La falta de costumbre. Y casi por intuición, calle abajo a buscar el ferry. Dejamos la llave en la misma puerta. El ferry llega de nuevo con retraso y subimos con las pocas fuerzas que nos quedan, esperando encontrar un buen sitio. Por desgracia y como era de esperar, el barco viene desde Creta, con lo que muchos pasajeros están durmiendo. Finalmente, encontramos un buen sitio donde podemos pasar las últimas horas del viaje recostados. Llegamos a Salónica pasado el mediodía, cuando el aterrador sol de la ciudad te quema las entrañas. Por suerte, el bus no tarda en llegar. Se acabó lo que se daba. Un viaje estupendo y recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de una isla griega no masificada, donde uno se lo puede pasar bien con los amigos, la pareja o la familia.
FIN.