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miércoles, 30 de abril de 2014

Euro 2004: el torneo perfecto.


En julio se cumplirán 10 años de la mayor sorpresa de la historia del fútbol, la victoria de Grecia en la Eurocopa de Portugal.

Ando unos días indignado porque siempre que se habla de fútbol defensivo y aburrido la gente nombra a aquella selección griega de 2004. Tendemos a hablar del deporte rey desde la supuesta superioridad moral que da el hecho de jugar al fútbol de una manera más atractiva, más bonita y más de posesión de balón, cuando otro fútbol es posible –y lícito-. Nos olvidamos de que el resto de selecciones también entrena, pelea y juega. Hay fútbol más allá de la liga española.

Repasando algunos de los artículos que hay en la red sobre el triunfo de Grecia, se tilda al fútbol practicado de rácano, feo, defensivo, rudimentario, físico, aburrido, pétreo, de otra época, poco vistoso, inofensivo, tímido y demás. ¡Con los años,  incluso algunos hablan de que la victoria de aquel estilo de juego hizo daño al fútbol! A todos estos enterados, que se les caía la baba con Romario o Bebeto,  les preguntaría si les gustó el fútbol que practicó Brasil en el Mundial de 1994. ¿Qué pensarán de la Argentina de 1990? Cuando gana el equipo débil es por demérito del fuerte y no por haber explotado mejor sus virtudes, claro.

En lugar de hablar de fútbol feo, podrían hacerlo de fútbol sencillo, directo, inteligente, efectivo o útil, sin posesión de pelota, pero con sentido colectivo del juego y manteniendo siempre unidas las líneas. Podrían hablar de un equipo que conocía perfectamente sus límites y que sabía hasta donde podía llegar, o de un fútbol simple partiendo desde la humildad y el trabajo. Pero ellos erre que erre con que si Grecia era un bloque de cemento armado que jugaba al patadón y poco más.

Seamos claros: el triunfo de Grecia en la Eurocopa de Portugal ha sido uno de los más justos de la historia del fútbol.

Ganó al anfitrión dos veces, en la inauguración y en la final. Portugal partía como una de las selecciones favoritas, con Luis Figo, Rui Costa, Cristiano Ronaldo, Deco, Jorge Andrade, Fernando Couto, Maniche, Costinha, etcétera. Si ya tiene mérito ganar al anfitrión en su casa, hacerlo por partida doble –una de ellas en la final-, vosotros diréis.

El partido inaugural explica muchas cosas. Un equipo mucho más potente con el público a favor y jugadores de gran clase que está obligado a ganar, contra otro formado por “desconocidos” ante la oportunidad de sus vidas. La nervios locales del primer partido en un campeonato hecho a la medida contra la tranquilidad de los que no tienen nada que perder.


Grecia castigó con dureza los pequeños errores de los rivales, como hizo Karagounis en el minuto 6 del primer partido tras un fallo en la entrega de la defensa lusa. Un error estúpido, absurdo e inofensivo en un pase raso de cuatro metros alejado del área y el guerrero Karagounis lo provecha para sacar petróleo. Bajito, feote y de piernas arqueadas, pero con dos huevos duros y un corazón que no le cabe en el pecho.


Luego mantuvo el orden y supo esperar su momento. Una de las escasas subidas del lateral con el rival volcado en el área de Nikopolidis fue aprovechada por Charisteas, que metió un buen pase a Seitaridis entre líneas.



Grecia sacó ventaja del ímpetu local y jugó con su nerviosismo. Cristiano Ronaldo, que se ve fuerte para llegar a la cobertura, no mide bien y comete penalty. El corazón le va a toda pastilla, todo lo contrario que a Vasinas, que coloca el balón suavemente, espera, se toma su tiempo y lo pone arriba con suma tranquilidad. Dos detalles sueltos, esporádicos, letales. No hace falta más. Bueno, sí, algunas paradas de Nikopolidis, que para mí no son tan importantes como la seguridad que transmite.




Después de Portugal tocaba España. Vista ahora la plantilla española, parece floja en comparación con la de la Euro 2008, pero igualmente muy superior a Grecia, por lo menos en cuanto a nombres: Carles Puyol, Íker Casillas, Raúl, Morientes, Albelda, etcétera. España marcó pronto y falló alguna ocasión, pero no sentenció el partido y Grecia empató gracias a un pelotazo largo de Tsiartas que remató con el pie Charisteas. El zurdo, que había salido por Karagounis en el minuto 53, tardó 13 minutos en ejecutar el plan. Esta vez fue un zapatazo de 35 metros, una diagonal a la espalda de Puyol, pero bien podría haber sido un centro a la cabeza de alguien, un córner o un libre directo.


Por cierto, para los que todavía se preguntan cómo fuimos incapaces de no ganar aquel partido, recordarles que Grecia había quedado primera en el grupo de clasificación para la Eurocopa, por delante de España, a la que había derrotado en Zaragoza por 0-1. España se clasificó para la Euro 2004 vía repesca, Grecia no.


El conjunto mantuvo la concentración desde el primer minuto del campeonato hasta el último. Sólo se descentró los primeros 20 minutos contra Rusia, cuando no sabía muy bien si atacar o esperar. Los rusos, que no tenían nada que perder puesto que estaban eliminados, salieron al ataque y sorprendieron a los de Otto con dos goles. Grecia se sintió fuera de su papel y no supo manejar la situación, si bien es cierto que descansaron algunos titulares. De la derrota el alemán también sacó sus conclusiones y los griegos aprendieron la lección. El gol marcado por Bulykin en el minuto 17 sería el último encajado por los griegos en todo el torneo.

Otto, el maestro.

El alemán Otto Rehhagel, que con el Werder Bremen (1981-1995) había practicado un juego alegre y ofensivo, tuvo que modificar su estilo. Organizó sus planes a partir del tipo de jugadores que tenía. Entendió perfectamente que el orden defensivo era fundamental; el fútbol griego siempre ha partido de la unidad defensiva. Dotó al equipo de personalidad propia y se mantuvo fiel al mismo estilo hasta el final. Durante el torneo vimos varios partidos repetidos, casi calcados, pero nadie supo deshacer el entramado del alemán.

Con Otto en el banquillo, nunca un equipo jugó mejor sus bazas. Grecia fue eficaz, rentabilizó al máximo sus ocasiones y manejó divinamente la estrategia. Además, no pasó excesivos apuros en defensa y no se sintió avasallado, salvo algunos minutos contra la República Checa.


A nivel táctico, Otto estuvo sublime. Planteó bien todos los partidos y acertó siempre en los cambios. Jugador que salía, daba el centro del gol o remataba. El tronco del equipo lo formaban el portero Nikopolidis, los defensas Seitaridis, Kapsis, Dellas y Fyssas, el centrocampista Zagorakis y el delantero Charisteas, ayudado por hombres no tan duros pero de calidad como Vasinas y Tsiartas, además del pulmón Karagounis, Katsouranis y Vryzas, también centrocampistas. El 4-4-2 griego acabó conviertiéndose en un jeroglífico indescifrable. Contra Rusia Otto quiso ser más ofensivo (4-3-3) y lo pagó.

Ningún equipo pudo deshacer la telaraña griega del centro del campo: ni España con Baraja y Albelda, ni Francia con Zidane, Makelele y Pires, ni Portugal con Figo, Maniche y Rui Costa, nadie.

Grecia no se desestabilizó atrás y mantuvo el rigor y la disciplina defensiva en todo momento. No concedió demasiadas ocasiones de gol y apenas hubo jugadas conflictivas en su área (ningún penalty en contra). Recibió 4 goles: uno en el partido inaugural -en el minuto 87-, otro contra España y 2 contra Rusia en un partido que no importaba. Es decir, los cuatro en la primera fase.

La pizarra de Otto funcionó. Las jugadas a pelota parada salieron bien en casi todos los partidos. Había mucho trabajo detrás, sin duda, aunque la estrategia era de lo más simple. Un centro fuerte al primer o al segundo palo, un “peinado” –o no- y un remate seco de una torre.

Tan importante como tener buenos lanzadores (Vasinas, Tsiartas, Zagorakis) y rematadores (Charisteas, Dellas, Vryzas) es saber defender los córners, algo que Grecia hizo a la perfección. Para ello, Otto llenó el área pequeña de tíos corpulentos y altos (Dellas 1,96, Seitaridis 1,85, Fyssas 1,88, Charisteas 1,91, Vryzas 1,90...).


Grecia tuvo fe, creyó. Se contagió del espíritu del Eurobasket del 87, al que muchos periodistas hicieron referencia y todavía hoy asemejan. El factor psicológico de empezar el partido y pensar que “estos tíos no me ganan”, y no hundirse nunca mentalmente a pesar de las dificultades hizo que para los contrarios fuera un auténtico suplicio jugar contra Grecia. Los helenos crecieron con el paso de los días hasta hacerse indestructible. Muy de los Balcanes, muy griego, muy -hasta entonces- de otros deportes. Tal era el desgaste físico y psicológico al que eran sometidos los otros equipos, que un gol en contra suponía el Everest. Las figuras caían, literalmente a veces, y no podían ni levantarse al tiempo que se echaban las manos a la cabeza, en una mezcla de frustración, incredulidad e impotencia.

La selección se mantuvo unida hasta el final. Grecia jugó como un bloque y ganó como un bloque. No había ni figuras, ni peinados, ni tatuajes. Karagounis estaba en el Inter, Nikolaidis en el Atlético de Madrid, Dellas en la Roma, Charisteas en el Werder Bremen, Vryzas en la Fiorentina, Giannakopoulos en el Bolton, Dabizas en el Leicester y Fyssas en el Benfica, pero no eran titulares fijos en ninguno de sus equipos. El resto jugaban en los tres grandes de Grecia: Panathinaikos, Olympiacos y AEK.

Lo curioso es que Grecia no jugó a la contra. Defendió de manera ordenada y se dedicó a esperar su oportunidad, a desesperar al rival, a no impacientarse. Desquiciar hasta soltar el picotazo. Un golpe a la yugular que dejaba al rival chocado, noqueado, torpe. Practicó un juego farragoso, agazapado y de contacto, de pelea y duro, de hombres.  

La fórmula del éxito podría resumirse en sacar ventaja de los errores y castigar  donde el rival era más débil. Sacar los córners los que tenían que hacerlo, pegar los pelotazos los que sabían hacerlo, aprovechar la altura de los hombres altos y no precipitarse nunca yendo al ataque con el riesgo de dejar la defensa desguarnecida.

Grecia remató muy poco a puerta, no tuvo la pelota, sacó pocos córners, cometió muchas faltas, le sacaron muchas tarjetas, jugó a defenderse... ¿Y qué?





El tercer rival fuerte que Grecia se llevó por delante fue Francia, selección que defendía título y que dos años después llegaría a la final del Mundial. Otro escalón hacia el milagro. El equipo aguantó y tuvo paciencia ante el depsliegue físico no exento de calidad de los Zidane, Henry, Pires, Trezeget.. En la única jugada trenzada por los griegos en todo el partido, Zagorakis sorprende por la banda derecha desdoblándose y pone un centro magistral en la cabeza de Charisteas. El remate del delantero es de manual, imparable, bello, definitivo. A esas alturas, hablar de victoria casual o de anti fútbol sonaba –y suena- ofensivo. Mientras, por el otro lado del cuadro Portugal y los Países Bajos pasaban de ronda gracias a la tanda de penalties.


Probablemente la República Checa fue la selección que practicó el mejor fútbol del torneo. Se clasificó para la semifinal tras haber ganado a Letonia, Alemania, Países Bajos y Dinamarca, y disponía de la mejor delantera, con el gigante Jan Koller (2,02), Poborsky y Milan Baros. Además contaba con Pavel Nedvev, premio Balón de Oro en 2003, Smicer, Galasek y otros que jugaban en equipos punteros de Europa.


Grecia frenó el juego aéreo, aguantó y se agarró con uñas y dientes al partido. La prórroga, Rehagel discutiendo con su segundo sobre si conviene sacar a Tsiartas o no, el córner lanzado con el “guante” izquierdo al primer palo, la cabeza de Traianos Dellas que asoma entre las torres checas, Peter Cech “escondido” bajo los palos... Que pase el siguiente.

Nadie podía esperar lo que pasó en la final y menos después de aquel partido inaugural pocos días antes. Portugal se había recuperado del golpe y por momentos había practicado un fútbol brillante. Deco, Pauleta, Figo y Ronaldo amenazaban la resistencia helena y se encontraban ante la oportunidad de sus vidas. Por Grecia volvía al equipo titular el joven Katsouranis, que entraba por el sancionado Karagounis. Una baja sensible que no se notó.


Los nervios lusos volvieron a aparecer. La posesión infructuosa no encontraba esa diagonal, ese desdoblamiento, ese pase interior entre el “hormigón”. Grecia volvió a ser un bloque sin fisuras que supo jugar con el reloj y con la ansiedad del rival. Los fantasmas de Dragao sobrevolaban Da Luz. El gol no llegaba.


Tras el descanso, un cabezazo de Charisteas –otro- desnuda a la defensa local y castiga la mala salida de Ricardo. Una cabeza entre los centrales allí donde Vasinas coloca el esférico. Es el mismo gol que vimos contra la República Checa con diferentes protagonistas.


Con todo, el gol de Grecia subió al marcador en el minuto 57, no en la prórroga como contra los checos, y muchos creían que había llegado demasiado pronto. Quedaban más de 30 minutos

Sin embargo, el gol se convirtió de nuevo en una barrera psicológica infranqueable. Después, la defensa espartana helena, el orden y el rigor táctico acabaron desesperando a los locales, que por segunda vez sentían la frustración de ver que no había manera. Los portugueses empujaban más con el corazón que con la cabeza. La selección de Grecia no se rompió y se proclamó campeona de Europa con toda justicia.


Aquella victoria la veo como una bofetada a los teóricos exagerados del fútbol, a los pedantes que postulan cuando hablan y a los charlatanes. También como una lección o un modelo a seguir para aquellas selecciones que no cuentan con jugadores de renombre, pero sí con profesionales que creen en lo que hacen.



Cuatro años después España ganaría la Eurocopa de un modo totalmente diferente, teniendo la pelota, dominando a los rivales, tocando y amasando cada ataque. El resultado fue el mismo, la victoria, a la que se llegó por dos caminos totalmente distintos. Ambos triunfos fueron justos, lícitos y elogiables, pero el de Grecia más meritorio, en mi opinión.


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