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jueves, 9 de enero de 2014

Billetes (esperpento).



Tras varios años de observación, afirmo con rotundidad que a los griegos les apasionan los billetes. No, no me refiero a los de autobús o metro, no. Estoy hablando de los billetes de euro. La mosca, la plata, la lana, la pasta.

Ya puede uno acumular tarjetas en la cartera, que si no lleva un fajo de billetes en el bolsillo, no es nadie. Para el griego, nada puede compararse al tacto del papel sobado. Los dedos resbalando sobre la imagen, los numeritos, el color… son el placer mismo. El plástico, aunque brille, no es lo mismo. Demasiado grueso para doblarse, el condenado.

Tener una visa en la cartera es como no llevar dinero. Un griego sin billetitos en el bolsillo se siente desnudo, desprotegido, solo.

El cajero automático es el enemigo. El heleno desconfía de la máquina, que sólo visitará a primeros de mes para vaciar la cuenta. Los más mayores van directamente a la ventanilla porque piensan que el invento maligno se va a tragar su dinero. La pasta que sale de la ranura parece que tenga menos valor que la que pasa de mano en mano. Adoran ese papel usado, doblado, gastado, viejo.

No es normal que el griego lleve sus billetes en la cartera. Los dobla, con goma o sin ella, y los guarda en el bolsillo del pantalón o en el superior de la americana (vean a Al Pacino adiestrando a Johny Deep en Donnie Brasco).

Para pagar, aunque sea una pequeña cantidad, el griego saca el fajo y empieza a contar. Le vuelve loco eso de pasar billetes como si fueran cromos o estampitas. Los empleados de las gasolineras manejan el papel con una habilidad asombrosa. Abren los billetes en modo abanico para dar el cambio y se los vuelven a echar al bolsillo. Me fascina verlos como cuentan sin darle importancia al tema y sin mirar los papelitos.

Claro que si uno analiza un poco, que circulen los billetes de la manera en la que lo hacen en Grecia, es normal. En muchos sitios pagan en mano y, a veces, parte del sueldo, en negro. El griego lo prefiere así. No cree en los bancos. Aunque le debas mil pavos, dale quinientos en metálico y se tranquilizará.

Tiempo atrás los propios presidentes de los clubes pagaban a sus jugadores con fajos de billetes. Sin intermediarios de por medio ni leches. Es más, casi me atrevería a decir que todavía se hace. Quizás no todo el sueldo, repito, pero sí una parte.

Aunque a los griegos siempre les ha gustado acariciar papel, no dudaron en adquirir tarjetas de crédito hace unos años, las cuales han acabado arruinándolos. Muchos deben al banco por haber derrochado el dinero con el plastiquito. Vieron que sin efectivo podían comprar, viajar, hipotecarse, vivir. Pero no pensaron que algún día habría que devolver la deuda de la visa. De haber manejado el dinero ellos mismos, no hubieran llegado a esta situación. No estaban educados en la transacción invisible de moneda.

El griego cree que 100 euros en el bolsillo son más que 100 euros en el banco, porque es dinero real, físico, suave, en color. Lo otro es virtual, como muerto, inútil.

Las grandes transacciones o las inversiones millonarias no entran en la cabeza del griego. La macroeconomía habla de dinero que no se ve. No interesa. Quieren papeles de colorines.

Desde el momento en que al griego no le pagan en la mano, se siente abandonado, triste, frustrado.

Sentir el paquete como se mueve en el bolsillo, notarlo ahí presente es lo que al griego le hace sentirse poderoso. Manosearlo, mostrarlo sin disimulo en la cola de la compra, jugar con él, arrugarlo.

Es posible que el varón no tenga mucho material en el bolsillo, pero lo doblará tres o cuatro veces para que crezca el bulto.

Al griego le encanta mostrar el paquete durante las vacaciones. Se han visto paisanos sacándose billetes y más billetes del bolsillito del bañador, justo un minuto antes de meterse en el mar.

No es extraño que los helenos viajen con todo el dinero encima, puesto que en muchos sitios no aceptan tarjetas de crédito. Es casi imposible encontrar TPV o datáfonos en las islas, y si los tienen, los esconden o dicen que la cena no se puede pagar con el plástico. Los extranjeros confiados se llevan una sorpresa y vuelven a meter la visa en la cartera. El problema llega cuando salen a buscar un cajero y no lo encuentran, ya que hay pocos.

Al griego le entusiasman las vacaciones porque le permiten llevar el pliegue de papeles revuelto en el pantalón. El placer máximo. El paquete al sol en una taberna e ir contando a la hora de pagar. El súmmum. No le importa exagerar con las manos para que se vean bien los cuartos. El paisano se siente hombre, macho, triunfador, chulo. El amo del mundo con un ouzo en la mesa, algo de feta y “estampitas de Europa”.

Lo más curioso de todo es que en Grecia quien lleva la economía familiar es la mujer. El griego es muy macho en los cafeneíos, en las playas o en las tabernas, pero a la hora de la verdad, la contable de la familia es la esposa.  

5 comentarios:

  1. Prueba número 3. ¿La definitiva? Disculpen las molestias.

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  2. Dos conclusiones a este asunto. La primera es que es un exceso llevar el sueldo en el bolsillo y que con menos billetes en el pantalón, o en la chaqueta, se puede ir más tranquilo sin temor a los ladrones. Puede que en Grecia no abunden los quinquis, aunque lo dudo. Y la segunda es que parece que se confirma que hay países, por supuesto que incluyo a España aunque esto no les gusta mucho a los progres, que han vivido por encima de sus posibilidades( da asco estar detrás de una señora, normalmente son mujeres, en la caja de un establecimiento esperando para pagar y ver como airea varias veces una cartera con tarjetero completo de plásticos que, entre todas, es muy posible que no sumen un millar de €uros)

    En fin, me apena que en España no hagan lo que parece que cuentas en este artículo: sacar todo su dinero al día siguiente de cobrar su nómina. Y dejar de quejarse contra la banca y las ayudas que el Gobierno les ha concedido.

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  3. Gracias por el comentario, Antón. Debo decir que, aunque tengamos la imagen de que Grecia es un país peligroso, no lo es más que España, ni mucho menos, si bien es cierto que en ciertos lugares de las grandes capitales no es conveniente pasear a ciertas horas, por si acaso. No sucede nada que no pase en la mayoría de capitales europeas. Los robos a casas lujosas y los atracos han aumentado notablemente por la crisis, eso sí.

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