Viajé a Grecia un año y medio después de mi
regreso a España. Me lo pasé en grande y me puse hasta las cejas, porque fui de
vacaciones, así que tampoco tuve la oportunidad de mezclarme mucho con la gente
para ver qué se cuece. Sin embargo, por conversaciones mantenidas con
familiares y alguna que otra excursión, he podido sacar las siguientes
conclusiones.
El país no avanza. Siguen las mismas obras a medio
hacer –el metro de Salónica ahora dicen que terminará en 2020-, las carreteras
están cada vez peor –baches y falta de iluminación- y las ciudades están que
dan asco de sucias.
La gente no sonríe por la calle. Sin duda, es lo
más triste de todo y lo que más ha llamado mi atención. La tristeza se palpa en
la cara de la gente. A pesar de haber estado allí en Navidad, que es cuando el
país sale a celebrar la fiesta a la calle, no he visto la alegría de otras
veces. Había bastante menos parrillas asando carne entre los coches.
La política de “seguidismo europeo” de Tsipras, que es casi la misma que la de
los otros partidos años atrás, no le quitaría la presidencia si hubieran hoy
nuevas elecciones. Alexis volvería a
ganar a pesar de que Grecia va de mal en peor. Los votantes se han cansado de
los partidos tradicionales, más preocupados en peleas tribales –primarias en Nueva Democracia- que en hacer
oposición. El SYRIZA tiene problemas
gordos dentro del partido y algunos diputados se han pasado al grupo mixto,
pero de momento aguanta porque la oposición es nula. Eso sí, tratándose de
Grecia, todo es posible.
Los emigrantes que de verdad se querían ir, ya lo
hicieron. En Grecia se han quedado los jubilados, los estudiantes y los que
tenían ya un buen trabajo antes de la crisis. No hay nadie en Grecia que no tenga
colegas en Alemania o en otro país de Europa o Estados Unidos.
La gente ahora pasa bastante de la política. No
toma en serio a los políticos porque saben que venderían a sus padres por un
plato de sopa. A los griegos les ha costado entender que todo es una gran
mentira. El referéndum de Tsipras y
lo que pasó después les abrió los ojos. Noté cierta resignación. La gente de a
pie desconfía tanto de los políticos como de los sindícalistas o de los que se
manifiestan cada dos por tres. ¿Dónde se ha visto que el Gobierno apoye una huelga general? Son los mismos perros con
distintos collares. Si los recortes previstos por el SYRIZA para 2016 los plantease Nueva
Democracia o el PASOK, temblaría
Atenas. En el fondo, Tsipras sólo
cumple órdenes, como antes lo hicieron Samarás
u otros. Ya nadie discute el control de capitales.
Preocupación por el futuro. Parte de la juventud
no encuentra trabajo y decide emigrar. Otra intenta alargar sus años
universitarios haciendo algún máster o sacándose un posgrado. Algunos
aprovechan para cumplir con sus obligaciones militares.
En resumidas cuentas, Europa avanza –más en unos
países que en otros- pero Grecia no. Continúa el estancamiento. La mitad de las
tiendas han tenido que cerrar y muchas de las que se mantiene abiertas apenas
cubren gastos. Las cafeterías y los negocios de comida rápida griega siguen
siendo los más rentables del país. Es muy curioso ver lo limpias que están las
cafeterías y lo sucias que están las calles. El griego cuida la propiedad
privada pero menosprecia la pública. Nadie respeta lo que es de todos. Ellos
confunden lo de “es de todos” con “pertenece al Estado”. Recuerdo, para los que
no me lean asiduamente, que para los griegos el mayor enemigo es el Estado, porque
cobra impuestos, no ofrece buenos servicios, está podrido de corrupción y no
protege al ciudadano.
A veces digo que ciertas situaciones que suceden
en España me recuerdan a las ya vividas en Grecia –la imposibilidad de crear
Gobierno ahora mismo, sería un ejemplo-, pero el día a día de la gente no tiene
nada que ver, como tampoco el respeto por las obras públicas, el transporte, la
limpieza y muchas otras cosas que no hacen otra cosa que facilitarnos la
convivencia. En Grecia hay gente que sigue fumando en los cafés, perros con
dueño que siguen cagándose en las calles, estúpidos que siguen sin respetar los
pasos cebra e imbéciles que siguen pintando las estatuas más conocidas de la
ciudad. España no es ejemplo de nada, pero todas estas cosas se notan y se
agradecen cuando uno viene de Grecia.
Sigo pensando que Grecia debería salir del euro.
No aguanta el ritmo. Se va quedando atrás. Veremos qué sensaciones me produce
el país la próxima vez que lo visite.