Nos levantamos pronto y, tras comprar la bougatsa y el frappé, enfilamos el periferiakó o circunvalación. Para mi sorpresa, la carretera no está muy transitada. Cogemos el desvío hacia Serres y encaramos la autovía decididamente. Es la mejor carretera del país. Doy fe. Los coches corren que se las pelan.
El viaje transcurre sin problemas. A un lado la montaña y al otro pequeños pueblos pintorescos. Un bonito lago nos acompaña un rato. Me entran ganas de tomar la salida siguiente e intentar pegarme un baño porque el calor aprieta. Pero no es posible. Hay pocas salidas y escasas áreas de servicio. Las gasolineras en Grecia siguen estando dentro de las ciudades.
Pasada una hora más o menos se entra en un terreno de curvas y algunos túneles. Además, la carretera se estrecha ligeramente. Perdimos de vista el agua dulce y ahora nos damos de bruces con la salada, puesto que el mar asoma al fondo. Me hago la promesa de volver a la zona para visitar pueblos costerosque van quedando a un lado de la autovía.
Más o menos llegamos a las 11:00 a Kavala. La primera impresión es inmejorable. La carretera va por arriba, pegada a la montaña, y Kavala está ahí, debajo del sol. El paisaje es espectacular.
Dejamos a Mik en un lado y bajamos a echar unas fotos. Árboles haciendo sombra, contraluz, casitas y el mar. Y en la memoria se me aparece Mónaco, con sus calles, su puerto y sus barcos. Luego me comentan que Kavala es el Mónaco de Grecia. Pueden hacerse una idea.
Como si del Circuito de Mónaco se tratase, desciendo las curvas en herradura sintiéndome piloto de fórmula uno. Y mi mujer, para variar, preocupada por si nos llega la gasolina. Las pendientes son considerables y vamos un poco a ciegas. No sabemos muy bien para dónde tirar. La altura de las casas nos tapó el mar. La táctica en estos sitios siempre es la misma: para abajo. Ya en el mar, los espacios son más abiertos y la luz ilumina.
Hay una zona de párking en el paseo pero está llena de coches. Por suerte, consigo meterlo no muy lejos de allí. Chocamos de frente con Kamara, que es un gran acueducto, por los arcos de la parte baja del cual, transitan los coches. Llama bastante la atención y nos hacemos unas fotos. A escasos metros hay un altar dedicado a San Pablo muy similar al que hay en el centro de Veria. Estamos en zona paulina.
El calor te hace sudar. Habiendo llovido el día anterior y estando nublado a la salida del viaje, uno se puso los tejanos y cogió el jersey. Ahora echa de menos los pantalones cortos y las sandalias. Pero al lado del mar sopla un poquillo -muy poquillo esta vez- la brisa y eso me alivia.
El Puerto de Kavala no tiene nada que ver con el de Salónica: está limpio. Carteles señalan la prohibición de lanzar cosas al mar y recuerdan que la limpieza es cosa de todos. Algo que no debería sorprendernos a estas alturas, pero acostumbrado a ver la mierde que flota por el Golfo Termaico ya me diréis. Hay barquitas y pequeños yates además de algún pequeño ferry que te lleva a la Isla de Thassos, a escasos cuarenta minutos.
El paseo es ejemplar: ancho, peatonal y agradable. Sólo echo de menos algún banquito más para descansar. Como era de esperar, una serie de elegantes cafeterías recorre parte del paseo. No parece haber mesas libres. De crisis nada... A cuatro euros el frappé.
Nosotros preferimos seguir el paseíllo rodeando otra zona de cafeterías que se adentra hacia el mar. No encontramos ninguna sombra. Llegó la hora de buscar el bar. Y nos aposentamos en una hermosa cafetería donde hay muchas sombrillas. Merece la pena esperar unos minutos hasta que se vacía una mesa. Me tomo una divina cerveza a la que le acompañan unas patatas fritas. Nos cobran cinco euros a cada uno los canallas...
Alzo la vista tras el primer sorbo y localizo la parte antigua de la ciudad. Un castillo se asoma a la bahía y domina desde las alturas. Intuyo que las vistas desde allí deben ser únicas. Pero hace sol y la cuesta debe ser respetable.
Ciertamente, no sólo Mónaco me viene a la cabeza: Tarragona, Cambrils, alguna isla...
Una vez degustada la cerveza, escalamos la montaña. Cogemos el coche y seguimos las indicaciones. La calle es de pavés y se estrecha exageradamente. A los dos lados de la calle larga se hayan dispuestas grandes cafeterías, tabernas de todo tipo y algún que otro restaurante. Todo decorado con mucho encanto y construido para favorecer las buenas vistas a los comensales.
Merece la pena subir con el coche y dejarlo cerca de la iglesia o de la embajada egipcia. Una estatua ecuestre de Mohammed Alí hara que te frenes. Desde el patio de la iglesia, es de obligado cumplimiento el sacar la cabeza por la verja y ver lo escarpado de la montaña. Había algún pescador probando suerte y algún turista curioso que gozó bajar.
Nosotros fijamos nuestra vista en el castillo. Una serie de escalones y callejones llenos de gatos nos conducen a una mezquita. Por suerte para nosotros, todo está bastante bien indicado. Llegamos a la cima echos papilla. Nos derretimos. Y es que son algo más de la una de la tarde...
En el castillo apenas encontramos un par de despistados guiris. Con los castillos pasa como con las ruinas de los palacios, de los foros romanos, de los templos o de los mercados. Entre ellos, todos se parecen. Como no podía ser de otra manera: la despensa, el comedor, la cisterna, la capillita, las celdas y la torre. Yo lo tengo claro después de tantos años y de haber subido unos cuantos: lo bonito de los castillos no son los castillos en sí mismos, sinó el cómo llegar a ellos. Sufriendo las moscas, con las piernas agarrotadas, tropezando, con sol, con lluvia, resbalones, pasiajes, calles, locales escondidos, esquinas nuevas... Lo que varía no es el cañón de turno, las escaleras de caracol o la torre del centinela. Varía la dificultad en llegar arriba. Y éso es lo bonito.
Desde la torre las vistas son maravillosas. El día es claro y ayuda a una mejor calidad de las fotos. Las vistas desde Eptapirgo al Golfo Termaico son similares. Es un paisaje "monegasco" con casitas, barquitos y una zona de bosque con urbanizaciones.
Bajamos achicharrados y cogemos el coche para
ir a comer. Elegimos Goody´s, para variar. Tras la comida y después de poner gasolina, encaramos la subida y, con ella, nuestro regreso.
Como es pronto y quiero más, decido tomar la primera salida para ver algo más de la zona. Descubro una hermosa playa, tranquila y ancha, rodeada de chiringuitos y tabernas. Damos un reconfortante paseo y volvemos a subir al coche, esta vez sí, para el regreso.
Una excursión que recomiendo a todos. Merece la pena quedarse por allí más de un día para poder realizar escapadas a zonas cercanas. Nosotros no lo hicimos, pero prometemos hacerlo.